¿Es realmente efectiva la ayuda al desarrollo?

Obispos de África piden que se mida, no por la cantidad, sino por cómo transforma la vida de los pobres

Pobreza En Africa(José Carlos Rodríguez) Las cumbres mundiales sobre ayuda al desarrollo no suelen tener buena prensa. Seguramente porque pocas reuniones como las que juntan a donantes, instituciones financieras internacionales y gobiernos se prestan tanto a comparaciones entre lo que dicen y los resultados de sus declaraciones, sobre todo teniendo en cuenta que en el mundo sigue habiendo 1.400 millones de personas que viven con menos de un dólar al día.

Por eso, no es de extrañar que el pasado Tercer Foro de Alto Nivel sobre la Efectividad de la Ayuda que se reunió en Accra (Ghana) del 1 al 3 de septiembre, y que contó con la participación de unos 800 delegados de 100 países, fuera recibido con muchas reticencias por parte de organizaciones de base desde varios meses antes. Su acrónimo en inglés es HLF3.

Ya en julio pasado, la Confederación de Iglesias de Toda África (CETA) reunida en Nairobi publicó un documento suscrito después por las Conferencias Episcopales de África (SECAM), en el que ponían el dedo en la llaga: “La ayuda al desarrollo no se debe medir por la cantidad enviada, sino por cómo transforma las vidas de los pobres”, afirmaba este certero análisis que añadía que “los niveles de pobreza en África son inaceptables”. Varias organizaciones de la sociedad civil participaron además en un foro paralelo en Accra los tres días anteriores. Para uno de los organizadores de este encuentro, el representante de Cáritas Internacional, René Grotenhuis, el problema principal del HLF3 está en que “no presta atención al desarrollo sostenible y deja a los más pobres fuera de la efectividad de la ayuda al desarrollo”.

Desarrollo sostenible e impacto en las vidas de los pobres son conceptos que cada vez se usan más para medir lo que fue el tema central de esta cumbre, cuya primera edición tuvo lugar en París en 2005 y que produjo una declaración sobre la efectividad de la ayuda en la que ligaba ésta a los objetivos del milenio. La declaración de París ha sido criticada por muchas ONG por la supuesta ausencia de los beneficiarios de la ayuda en los procesos de consulta.

Incluso entre los delegados del HLF3 no faltaron quienes insistieron en que hay que hablar menos y hacer más. Mary Chinero-Hesse, asesora del presidente ghaneano John Kufour, señaló en la apertura del foro que “la ayuda tiene que generar un desarrollo mejor que pueda verse en resultados tangibles”. Los asistentes no tenían que mirar muy lejos para ver un ejemplo de ayuda al desarrollo bien empleada, ya que Ghana –que cuenta con uno de los gobiernos africanos menos corruptos– está llevando a cabo un programa de alimentación en las escuelas con productos del propio país.

Malos ejemplos

Y mirando un poco más allá, los ejemplos negativos siguen abundando en todo el continente: a veces el dinero de la ayuda al desarrollo se utiliza para fines tan peregrinos como comprar vehículos militares, para introducir semillas transgénicas que empobrecen los terrenos y crean dependencia o para construir un gran mercado en una capital africana mientras los campesinos no tienen agua para regar sus hortalizas, o para realizar obras faraónicas que después serán difíciles de mantener. Casos así se dan cuando los que diseñan estos programas no tienen en cuenta las necesidades ni los puntos de vista de las personas que tendrían que ser los verdaderos beneficiarios de las ayudas, ni por supuesto les consultan. Por no hablar de los casos en los que con una mano se da una supuesta ayuda y con la otra se obliga a los países pobres a disminuir su gasto público. Así ha ocurrido en Zambia, donde el Gobierno quiso hacer un plan para formar a 4.000 maestros, pero el Banco Mundial se negó a dar su apoyo alegando que era un gasto excesivo para el país. “Es una vergüenza que se castigue a un Gobierno que quiere invertir en ayudas sociales”, dijo la zambiana Gemma Adaba, de la Confederación Internacional de Sindicatos. Además, muchos líderes africanos opinan que lo que desarrollaría de verdad a su continente no son tanto las ayudas cuanto el establecimiento de condiciones más justas de comercio internacional.

Es sabido, además, que no raramente la ayuda al desarrollo se suele ligar a los intereses de los países llamados “donantes”: se envía dinero a cambio de que los gobiernos receptores acepten controlar más los flujos de los inmigrantes y firmar acuerdos de repatriación, o permitan ventajas comerciales. Con unas reglas del juego así no es de extrañar que se oigan tantas voces que pongan en tela de juicio la efectividad de la ayuda tal como se practica.

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