El papa Francisco ha encargado hoy un “trabajito” a la comunidad católica de Bulgaria: traducir a la juventud el amor de Dios. “Ser una casa de puertas abiertas, siguiendo las huellas de Cirilo y Metodio, implica también hoy animarse a ser audaces y creativos para preguntarse cómo se puede traducir de manera concreta a las generaciones más jóvenes el amor que Dios nos tiene”, ha dicho en su encuentro en la iglesia de San Miguel Arcángel en Rakovsky.
Francisco les ha recordado, en un discurso más largo de lo previsto por las continuas matizaciones del Papa, que son “hijos en la fe de dos grandes testigos que fueron capaces de testimoniar con su vida el amor del Señor en estas tierras”. Y es que “los hermanos Cirilo y Metodio, hombres santos y visionarios, tuvieron la certeza de que la manera más auténtica para hablar con Dios era hacerlo en la propia lengua. Eso les dio la audacia de animarse a traducir la Biblia para que nadie pudiera quedar privado de la Palabra que da vida”, ha añadido.
Por ello, les ha pedido “una mayor imaginación” en sus acciones pastorales para “buscar la manera de llegar a su corazón, conocer sus búsquedas y alentar sus sueños como comunidad-hogar que sostiene, acompaña e invita a mirar el futuro con esperanza”. En este sentido, ha aseverado que no puede olvidarse que “las páginas más hermosas de la Iglesia fueron escritas cuando el Pueblo de Dios se ponía en camino creativamente, para buscar traducir el amor de Dios en cada momento de la historia, con los desafíos que se iban encontrando”.
Protagonistas de la historia
Asimismo, ha dicho: “Es lindo saber que contáis con una gran historia vivida, pero es más hermoso saber que a vosotros se os confió escribir lo que vendrá. No os canséis de ser una Iglesia que siga engendrando, en medio de las contradicciones, dolores, pobrezas, a los hijos que esta tierra necesita hoy en los inicios del s. XXI, teniendo un oído en el Evangelio y el otro en el corazón de vuestro pueblo”.
Al comienzo de su discurso, el Papa ha querido mostrar su agradecimiento a la comunidad católica, porque “me habéis ayudado a ver mejor y a comprender un poco más por qué esta tierra fue tan querida y significativa para Juan XXIII, donde el Señor iba preparando lo que sería un paso importante en nuestro caminar eclesial. Entre vosotros surgió una fuerte amistad con los hermanos ortodoxos que lo impulsó por un camino capaz de generar la tan ansiada y frágil fraternidad entre las personas y las comunidades”.
Recordando las palabras del ‘Papa bueno’, Jorge Mario Bergoglio, ha destacado que él “supo sintonizar su corazón con el del Señor de tal manera que decía que no estaba de acuerdo con aquellos que solo veían el mal a su alrededor y los llamó profetas de calamidades”. Y ha continuado: “Los hombres de Dios son quienes han aprendido a mirar, confiar, descubrir y dejarse guiar por la fuerza de la resurrección. Reconocen, sí, que existen momentos o situaciones dolorosas y especialmente injustas, pero no se quedan de brazos cruzados, acobardados o, lo que sería peor, creando ambientes de incredulidad, malestar o desazón, ya que eso solo termina por enfermar el alma, dañar la esperanza e impedir toda posible solución”.
Jugársela como Jesús
Al mismo respecto, ha agregado que “los hombres y mujeres de Dios son los que se animan a dar el primer paso y buscan creativamente ponerse en la primera línea, testimoniando que el Amor no está muerto, sino que ha vencido todos los obstáculos. Se la juegan, porque aprenden que, en Jesús, Dios mismo se la jugó. Puso su carne en juego para que nadie pueda sentirse solo o abandonado”.
Por otro lado, ha querido compartir con ellos su experiencia en el centro de refugiados de Vrazhedebna, donde ha estado esta mañana. “Me dijeron que el corazón de este centro nace de la conciencia de que toda persona es hija de Dios, independientemente de su etnia o confesión “. Y es que “para amar a alguien no hay necesidad de exigir un curriculum vitae”. “En este centro de Cáritas –ha continuado– son muchos los cristianos que aprendieron a ver con los mismos ojos del Señor, que no se detiene en adjetivos, sino que busca y espera a cada uno con ojos de Padre. Ver con los ojos de la fe es la invitación a no ir por la vida poniendo etiquetas, clasificando qué persona es digna o no de amor, sino tratar de crear las condiciones para que toda persona pueda sentirse amada, especialmente aquellas que se sienten olvidadas de Dios porque son olvidadas de sus hermanos”.
Del mismo modo, ha expresado que “quien ama no pierde el tiempo en lamentarse, sino que siempre ve lo que puede hacer en concreto. El Señor es el primero en no ser pesimista y continuamente está buscando abrir caminos de Resurrección para todos nosotros”. Y ha añadido: “¡Qué lindas son nuestras comunidades cuando se convierten en talleres de esperanza!”. Pero para tener la mirada de Dios, “necesitamos de los demás, necesitamos que nos enseñen a mirar y a sentir cómo mira y siente Jesús; que nuestro corazón pueda palpitar con sus mismos sentimientos”. Así, “la parroquia se transforma en una casa en medio de todas las casas y es capaz de hacer presente al Señor allí donde cada familia, cada persona busca cotidianamente ganarse el pan”.
De la mano con los pastores
Por su parte, también ha hablado sobre la relación entre los pastores y el pueblo de Dios. “El Pueblo de Dios agradece a su pastor y el pastor reconoce que aprende a ser creyente con la ayuda de su pueblo, de su familia y en medio de ellos. Una comunidad viva que sostiene, acompaña, complementa y enriquece. Nunca separados, sino juntos, cada uno aprende a ser signo y bendición de Dios para los demás. El sacerdote sin su pueblo pierde identidad y el pueblo sin sus pastores puede fragmentarse”, ha dicho provocando un aplauso sonoro de despedida. Pero no. El Papa no había acabado. “Voy a dormirles un poco más”, ha comentado entre risas.
Asimismo, antes de trasladarse a la base aérea para volver a Sofía, donde tendrá lugar un encuentro religioso, Bergoglio ha recalcado que “nadie puede vivir para sí; vivimos para los demás. Así aprendemos a ser una Iglesia-hogar-comunidad que acoge, escucha, acompaña, se preocupa de los demás revelando su verdadero rostro, que es rostro de madre. Iglesia-madre que vive y hace suyo el problema de los hijos, no ofreciendo respuestas confeccionadas sino buscando juntos caminos de vida, de reconciliación; buscando hacer presente el Reino de Dios”. Y ha aseverado: “Iglesia-hogar-comunidad que afronta las cuestiones importantes de la vida, que a menudo son grandes madejas de hilo, y antes de desenredarlas las hace suyas, las acoge en sus manos y las ama. Un hogar entre los hogares, abierto para testimoniar al mundo la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección”.