No paso demasiado tiempo ante la televisión, pero el viernes pasado vi un programa que me ha hecho pensar bastante. Se trata de un formato intimista de entrevistas en el que, con la excusa de preparar una cena homenaje para la madre de un personaje público, acerca al público a una dimensión más personal e íntima del famoso en cuestión. Además, permite constatar cada semana el papel tan relevante que tienen las madres en la vida y en la personalidad de todos nosotros. El otro día la cena sorpresa se dedicaba a la madre de Irene Villa y, sinceramente, fue todo un ejemplo de vida.
En una sociedad en la que adolecemos con frecuencia de incapacidad para soportar las dificultades y la frustración, Irene y su madre me resultaron un ejemplo de vitalidad, de actitud positiva ante el sufrimiento y de deseos de vivir con hondura cada minuto. Muy lejos de presentarse como víctimas que buscan despertar la compasión, me hicieron sentir lástima, más bien, por quienes no saben reírse de sí mismos, por aquellos que perciben la vida como un drama y no como una comedia entretenida, por quienes no reconocen cuán afortunados son o no son capaces de encarar las dificultades con una sonrisa, mucho esfuerzo y una inmensa energía positiva, como ellas han demostrado.
El sufrimiento puede convertirnos en seres permanentemente doloridos o en personas fuertes y sabias. Estas dos mujeres, cuyas vidas se pararon en un fatídico instante por la violencia gratuita de algunos, no solo encarnan esa capacidad de afrontar la adversidad y el dolor de tal modo que saque nuestra mejor versión, sino que se convierten en inspiradoras para cualquiera de nosotros. ¡Gracias! Necesitamos gente así, que demuestre cómo la luz brilla en la oscuridad y cómo la vida es capaz de brotar desde situaciones de muerte con incluso más fuerza.