Aunque sorprenda, todavía hoy hay personas que se siguen haciendo esa pregunta, dejando espacio a la posibilidad de una “relación sentimental” –como se dice en la prensa rosa– entre ambos. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, la inmensa mayoría de los autores, por no decir todos, consideran que entre Jesús y la Magdalena lo que había era estrictamente una relación discipular.
Uno de los principales criterios que los historiadores utilizan a la hora de reconstruir la figura histórica de Jesús es el de dificultad: lo que resulte difícil de explicar tiene muchas posibilidades de ser verosímil, históricamente hablando. Aplicado al caso de Jesús, lo normal era que el varón judío se casara; lo extraño era la soltería. De hecho, algunos autores consideran que el dicho sobre los eunucos de Mt 19,12: “Hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos”, no sería sino una respuesta de Jesús a un ataque precisamente por su soltería. Por tanto, esa “difícil” soltería de Jesús sería justamente “prueba” de su historicidad.
En todo caso, las fuentes neotestamentarias –e incluso las apócrifas– no mencionan ninguna “esposa” de Jesús. En esto, Jesús habría seguido una senda –ciertamente estrecha– por la que vemos, en el Antiguo Testamento, al profeta Jeremías: “El Señor me habló en estos términos: ‘No te cases ni tengas hijos e hijas en este lugar, pues esto dice el Señor de los hijos e hijas nacidos en este lugar, de las madres que los han parido y de los padres que los engendraron en este país: Tendrán una muerte miserable; no serán llorados ni sepultados. Servirán de estiércol para el campo. La espada y el hambre acabarán con ellos; sus cadáveres servirán de alimento a las aves y a las bestias’” (Jr 16,1-4).
Jeremías utiliza su celibato como gesto profético: una denuncia de la falta de futuro en Judá. El celibato de Jesús probablemente comparte la intención simbólica de Jeremías, aunque, en su caso, con un sentido distinto: no solo hay futuro para Israel, sino un futuro –el Reino de Dios– que exige ponerlo todo a su disposición, incluso la propia vida.