Cuando estábamos juntos al frente de la Oficina de Prensa Vaticana, Paloma García Ovejero y yo hablábamos con frecuencia de lo que consideramos el principal mensaje del Papa: la misericordia. Y el mensaje es este: Dios te perdona. Pero hay dos corolarios. Uno, que Dios te ama, y ahí es donde la alegría entra en juego, sabiendo que Dios te ama más que una madre o un padre ama a sus hijos. El segundo es este: compartir el amor, y compartir el amor de Dios significa mostrar ternura.
Si hay alguien que ha dado vida a la palabra ternura es el papa Francisco: un gigante que se deja la piel en los pequeños; un hombre que se santifica haciéndose uno con los débiles; que no tiene miedo a las lágrimas ni a los abrazos. Su ternura gestual es solo lo que desborda de algo mucho más profundo: bajo cada caricia, cada rodilla hincada frente a la carne de Cristo, hay un Francisco que sabe amar como Jesús, que guía la Iglesia con autenticidad y valentía.
Y su grandeza nace de haber experimentado, como Ch. de Foucauld, la ternura de Dios. Por eso sabe besar la fragilidad. Por eso nos interpela a cada uno de nosotros a ser tiernos, sin exigirlo, solo provocando el contagio.
Pero, si tuviera que elegir un solo nombre propio, una sola ‘ternura’, no puedo dejar de mencionar la predilección del Papa por las personas con síndrome de Down. Lo vi en primera persona cuando un grupo de colombianos vino a darle las buenas noches a la nunciatura de Bogotá. No solo se quedó encandilado en ese momento, sino que, días después, todavía lo recordaba con especial admiración. Fue entonces –en una conversación informal en el jardín– cuando le conté que llevábamos meses intentando contratar una persona así en Sala Stampa, que Paloma se había recorrido toda la administración vaticana y no había forma, que era una novedad demasiado complicada. Él solo me contestó: “Insiste. Vai avanti”. Poco después, las trabas burocráticas desaparecían y, en unas semanas, empezaba a trabajar con nosotros Alice, la compañera que nos enseñó a todos a perderle el miedo a la ternura. Y fue posible gracias a él.
En una era en la que la mayoría perdemos gran parte del día en mirar nuestros teléfonos para revisar el correo o mandar un tuit o hacer un selfie, Francisco encuentra tiempo para escuchar a los demás. Para querer de tú a tú. Y eso es una revolución. Es la revolución de la ternura.