Si mis cuentas no fallan, el papa Francisco ha hablado del ‘síndrome de Jonás’ en dos ocasiones. La primera fue el 14 de octubre de 2013, muy poco tiempo después de acceder al pontificado, en una de las meditaciones en las misas matutinas de Santa Marta. En aquella ocasión, Francisco aludió a lo que Jonás tenía en su corazón: “La doctrina es esta, se debe creer esto. Si ellos son pecadores, que se las arreglen; ¡yo no tengo que ver! Este es el síndrome de Jonás”. Un síndrome “que golpea a quienes no tienen el celo por la conversión de la gente, buscan una santidad –me permito la palabra–, una santidad de tintorería, o sea, toda bella, bien hecha, pero sin el celo que nos lleva a predicar al Señor”.
Es evidente que estas palabras se refieren a la principal clave teológica del libro bíblico, manifestada claramente al final de la obra: “Jonás se disgustó y se indignó profundamente. Y rezó al Señor en estos términos: ‘¿No lo decía yo, Señor, cuando estaba en mi tierra? Por eso intenté escapar a Tarsis, pues bien sé que eres un Dios bondadoso, compasivo, paciente y misericordioso, que te arrepientes del mal’” (Jon 4,1-2). A Jonás le molesta que Dios sea misericordioso, hasta el punto de ser capaz de perdonar incluso a la pérfida Nínive, quintaesencia de la persecución de Israel; por eso no quiere predicar allí, para que no se convierta.
La segunda vez que Francisco ha hablado del ‘síndrome de Jonás’ fue el 22 de enero de 2018, en la última homilía de su viaje a Perú. En aquella ocasión, aludiendo a las personas pobres y marginadas de nuestras ciudades y barrios, el Papa alertó sobre “lo que podemos llamar el ‘síndrome de Jonás’: un espacio de huida y desconfianza. Un espacio para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás, nos convierte en seres impersonales de corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del pueblo”.
Ahora el foco se pone en el comienzo del libro bíblico, cuando el profeta, nada más recibir la orden de Dios de ir a predicar a Nínive, se embarca justamente para ir al lugar diametralmente opuesto: Tarsis.
Dos momentos, pues, complementarios de un mismo movimiento: huir o cerrar los ojos para no hacer realidad la misericordia de Dios.