“Somos víctimas y estamos profundamente heridos y en casos en los que una persona se abre por dentro sobreviene una especie de tsunami, nada nos alivia”. Juan Carlos González relata su calvario. El que vivió cuando tan solo tenía 10 años y un salesiano en Deusto comenzó a abusar de él. Las vejaciones se prolongaron durante dos años. Pero las heridas físicas y psicológicas supuran todavía. Cada una de sus frases lanzadas desde el altillo de la sala Arrupe es correspondida con lágrimas en la platea. Casado y padre de un niño, este trabajador de 44 años detalló algunas de las secuelas físicas y psicológicas que aquel depredador sexual ha dejado marcadas en su día a día: “Permanentemente me condeno y me castigo. A veces no siento la tristeza, sino profunda depresión”.
“Era hábil, manipulador, encandilador, controlador, con un radar afinado para detectar la vulnerabilidad”, recordó sobre aquel que cometió “la máxima traición al legado de Don Bosco”. Le costó dar un paso al frente para denunciar. Tanto es así que llegó a dudar de que su familia le pudiera creer o que pudiera ser estigmatizado. Sin embargo, al otro lado, encontró el respaldo que necesitaba. También por parte de los salesianos. “Me encontré lo que esperaba: una congregación que lloró conmigo y que supo ser madre. ¡Me creyeron”.
Hace unos meses, la atención mediática hizo que saltaran otros casos como el suyo. Hasta 31 denuncias se han presentado: “Era imposible ser la única víctima, hay una verdadera fosa común de supervivientes”. “Ahora puedo defender mi integridad, el niño indefenso que fui”, entonó este hombre que no ha perdido la fe a pesar del viacrucis recorrido.
Coherencia, humildad y delicadeza
Juan Carlos pidió a cuantos tengan que abordar estas cuestiones que lo hagan desde la coherencia, una humildad extrema y delicadeza. “Desde nuestra herida, a veces todo lo que hace la Iglesia nos parece un blanqueo. Por ejemplo, cuando se utiliza el término ‘presuntas’ en casos que están probados”. “Es el momento de limpiar la Iglesia, así que no hablemos de la casa de los otros, porque suena a escudo o excusa”, subrayó. De la misma manera, denunció cómo a víctimas con las que comparte el dolor “nadie les ha llamado, están ante una institución sin rostro”. “El verdadero pastor es el que te mira a los ojos y te pide perdón”, apostilló.
“Sitúense desnudos por elección delante de quienes un día estuvimos desnudos por fuerza”, clamó antes de reiterar su identificación con la familia salesiana y la Iglesia: “Donde encontré la muerte, encontré la salvación”.