(Gérard Marle, fc- París) Benedicto XVI pasa un día en París antes de ir a Lourdes para celebrar el 150º aniversario de las apariciones. Tiempo cronometrado, una entrevista prevista con el presidente de la República y después un discurso ante el mundo de la cultura en el Colegio de los Bernardinos, recientemente restaurado, un mensaje a los jóvenes por la tarde-noche y, finalmente, volverá a intervenir en la misa del sábado por la mañana en la explanada de los Inválidos.
Benedicto XVI no se entretiene en grandes discursos sin fin, sabe incluso invitar al silencio, como hizo en Sydney. El obispo de Essonnes espera de él palabras de esperanza y de vida. Nada original en ello, y, sin embargo, ¿quién en Francia puede decir que no espera nada de esta visita?
El filósofo Michel Serres explicaba recientemente que aquí cultivamos la fealdad; y aportaba ejemplos truculentos; finalmente, precisaba: “¡Estamos tan sumergidos en ella, que ni la vemos!”. Lo mismo ocurre con la palabra: estamos invadidos, ebrios de “palabras verbales”, y, a veces, nos preguntamos si hay algo más que puro viento y vacío. Bastante representativo de esta situación es ese profesional de una treintena de años, de rodillas al fondo de la iglesia del monasterio: “Aquí -dice- sé que las palabras son verdaderas, por eso he venido”; las reuniones en salones, los grandes hoteles y los aviones, todo eso termina por cansar, por su artificiosidad, por la vacuidad de las relaciones y las palabras. Que el Papa proclame la Palabra de Dios, eso es lo que necesitamos. Que la ofrezca con palabras comprensibles para nuestros contemporáneos, eso es lo que las comunidades cristianas no saben hacer bien.
¿Significa denigrar a la Iglesia de Francia subrayar que, a veces, se pierde en devociones de otra época? Está siempre presente junto a los olvidados, como reconoce con cierta envidia un político de primera línea, procedente él mismo del movimiento asociativo, pero da la impresión de que las comunidades han delegado esta responsabilidad esencial en grupos de voluntarios que envejecen, a quienes se puede ayudar con un donativo pero a quienes no se escucha. Los pobres siguen en el subsuelo de la Iglesia.
Palabras y oración
Ofrece palabras con fuerza sobre Europa, el problema de la emigración, el paro y la falta de vivienda, palabras que no son retomadas por los cristianos. ¿Es porque sus pastores no les conceden importancia, o son las comunidades las que no son receptivas? El viento sopla por otra parte, en la dirección de la oración. ¿Hay que lamentar que la Iglesia de Francia ore? Claro que no, salvo que hay una oración que no tiene nada de evangélica. Benedicto XVI puede recordarnos que la razón y la fe se salvan mutuamente.
A modo de ilustración, uno se puede preguntar cómo será recibido el Papa en París. El presupuesto para una jornada se eleva a un millón y medio de euros, cientos de miles de personas han sido informadas por carta de que “los días 12 y 13 de septiembre se desplegarán medios considerables: 15 pantallas gigantes, sonorización del conjunto de las riveras del Sena en torno a Notre-Dame y de la explanada de los Inválidos…”. ¿Era necesario? ¿Qué revela ese despliegue de medios? ¿No se puede acoger al hombre de la Palabra evangélica de manera más modesta?… La Iglesia de Francia -y especialmente la de París- sabe organizar grandes concentraciones, se ha convertido incluso en especialista, pero tendrá que responder a esas preguntas. El mundo, al que critica con fuerza, hasta el punto de hacerle creer que no le ama, parece que le ha impuesto su propia lógica.
Evidentemente, para esta visita, los jóvenes son los más solicitados. Van a ser numerosos, pero el día después se verán solos en sus universidades o sus oficinas (los de los talleres y fábricas están ausentes). No llegaban a un centenar los jóvenes de todas las universidades de París confirmados hace unos meses en la prestigiosa iglesia de Saint Germain de Prés. No estamos en el tiempo de “las legiones”, sino en el de un trabajo minucioso, sin relumbre, paciente, libre de lentes de aumento y de sobreabundancia de ilusiones. Un trabajo que sigue realizándose, pese a todo, modestamente, sin muchos medios, lejos de las pantallas gigantes. El Señor pidió a san Francisco que salvara su Iglesia, y éste comenzó por restaurar una pequeña capilla. Después, comprendió que lo que estaba en juego era más importante. Cuando, a iniciativa del Papa, san Bernardo predicaba la cruzada en Vézelay, Francisco obtuvo las mismas indulgencias para su capilla que las prometidas a los cruzados. Envió a algunos hermanos a países musulmanes con esta consigna: “No busquéis discutir o debatir, poneos a su servicio, decidles que sois cristianos”.
Noticias relacionadas: