Hace un tiempo leí un libro titulado ‘Metáforas de la vida cotidiana’. En esta obra se explicaba lo que son las metáforas cognitivas. Se trata de esas imágenes inconscientes que utilizamos para interpretar la realidad y que, en el fondo, expresan las connotaciones que tienen las cosas para nosotros y la forma en que nos situamos ante ello. Me ha venido a la cabeza porque el otro día alguien se refirió a una ratonera para describir cómo se sentía ante ciertas circunstancias. De este modo me expresaba la sensación de no ver horizonte, de verse abocada a una situación en la que no quisiera estar, pero a la que debe enfrentarse necesariamente.
Pensar en una ratonera para referirse a un momento vital habla de amenaza, de riesgo, de un inevitable y dramático final. En cambio, ante esa misma situación a mí se me ocurría la imagen de esos pasillos sin retorno que hay en los aeropuertos. Esos espacios que necesitas atravesar para poder salir al lugar al que te dirigías en tu viaje pero que, una vez dentro, ya no puedes regresar hacia atrás. Es verdad que la amenaza de no poder volver al punto inicial puede resultar amenazante, pero la meta es un espacio abierto. El final de esos pasillos es un lugar en el que se puede respirar y al que se dirigía nuestro viaje, aunque haya que atravesar un estrecho y asfixiante pasillo.
El modo en que nos imaginamos el momento en el que nos encontramos no es aséptico, puede replegarnos o desplegar nuestras alas. Nos puede suceder lo mismo que a Israel al cruzar el desierto, mientras ellos añoraban las cebollas de Egipto (Ex 16,3), Dios soñaba para ellos una tierra de libertad que darles en posesión. Lo primero potencia la carencia y lo segundo acentúa las posibilidades que se abren. Igual es buen momento para preguntarnos ¿cómo nos imaginamos nuestra existencia, como una ratonera o como un pasillo sin retorno?