“Vengan a mí los que están cansados y agobiados, aprendan de mí que soy manso y humilde de Corazón y hallarán consuelo para sus penas” (Mateo 11, 28-30).
Esta frase del Evangelio define por un lado a la misericordia, al amor fiel de Jesús y por otro a la fragilidad, las heridas de los hombres que necesitan ser reparadas con ese amor.
El amor y la reparación surgen entonces del Corazón mismo de Jesús y es el carisma que Dios le regaló a la humanidad, en complicidad con la Beata Catalina de María Rodríguez (1823-1896)[1]; una mujer argentina quien bebió, desde siempre, la espiritualidad ignaciana. Ella fue una laica comprometida con su tiempo y con su fe, una buena esposa y madre adoptiva de los hijos de su marido, tuvo una hija que murió al nacer y al quedar viuda a los 42 años resurge su deseo de juventud de ser “como los jesuitas pero en femenino”. Esa meta que ella llamó “Sueño Dorado”, partió de la certeza del amor que Dios le tenía y de la necesidad de dar ese amor curando las heridas de lo invisibilizado de la sociedad de esa época: la mujer. Su deseo se materializó con la fundación de una congregación religiosa, inexistente en ese tiempo en la Argentina y sus alrededores, y además por la precariedad de los medios de comunicación, casi desconocido en sus modos. Solo había monasterios femeninos de clausura, siendo los varones, tanto en la sociedad como en la Iglesia los que tenían el protagonismo.
Catalina vivió en una sociedad en donde la mujer no tenía entidad civil, no se consideraba para opinar, estaba condenada a un rol pasivo puertas adentro y se las categorizaba como señoras a las que por esposo, abolengo, fortuna o apellido tenían un status, llamando simplemente mujeres a las esclavas, las prostitutas, las sirvientas, las de piel oscura, las que no tenían rasgos europeos. Dos extremos que no se mezclaban y en donde el segundo estaba al servicio del primero. Catalina con su sueño y sin quererlo, transgredió paradigmas. Lo expresó del siguiente modo en sus Memorias: “formaríamos una comunidad de señoras que estuviesen al servicio de las mujeres, da pena verlas expuestas a peligros llevadas por la necesidad, con nosotras harían ejercicios espirituales, se moralizarían, les enseñaríamos a trabajar, las educaríamos”. Catalina, señora de la época, da un paso que invierte la consideración de las mujeres. Aquí movida por el sueño de un mundo mejor y por la pasión por el Corazón de Jesús y también dejando de lado su propio querer e interés se lanza a curar heridas con la sola receta del amor. Todo un proceso tautológico: se sintió amada por Dios, entregó ese amor para curar haciendo sentir a otros la sanación del amor del Corazón de Jesús. Desarrolló en la Córdoba de Argentina en el siglo XIX las palabras del Evangelio de Mateo: se sintió invitada por Jesús para depositar en Él su fragilidad, se dejó misericordear, se sintió aliviada e hizo, al estilo del Buen samaritano lo mismo con los demás. Así fue el origen de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús en 1872, la primera congregación de vida apostólica de Argentina con el sello de la espiritualidad ignaciana y el carisma del amor y la reparación. Con el tiempo se expandieron por gran parte de Argentina, Chile, España y también Benín en el continente africano.
Ahora se trata de preguntarnos sobre la validez y posibilidad del carisma del amor y la reparación. Son dos caras de una misma moneda: solo quien ama repara y para reparar es necesario amar. Quien se decida a vivirlo deberá asumir que siempre le llegarán objetos rotos, que de modo artesanal deberá tomar y reparar individualmente de manera misericordiosa y con el estilo de Jesús.
Otro interrogante que surge es la necesidad, la utilidad de este carisma en el presente en que Dios se relativiza y el consumismo define todas las aspiraciones y cura las necesidades de cualquier tipo.
Sanar el mundo
Michael Jackson[2] escribió en 1990 una bella canción llamada “Heal the World” (Sana al mundo). La letra sin aludirlo directamente, prefigura el carisma del que venimos hablando. La letra manifiesta las heridas del mundo e invita a cada uno a mirarse a sí mismo y a encontrar en el corazón el amor que cada uno posee. La llamada se extiende a sentirse hermanos, a curar el mundo y a ver en Dios la luz que alumbra los buenos deseos, termina repitiendo a porfía de que somos capaces de hacer un mundo mejor “por ti y por mí y por toda la raza humana”. Invito a escucharla, a meditarla y a hacerla propia.
Así se descubre que la invitación que hace Jesús en el Evangelio de Mateo es actual porque ésta y muchas más expresiones artísticas se hacen eco, aún sin conocer la fe. Y si se escribe, se pinta, se canta, es decir se hace arte con lo que pasa por los corazones se demuestra de que el carisma está presente y que el mundo clama por él y se necesita porque amar y reparar para dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos está en el gen humano más allá de los credos. El hombre es un ser relacional y la base de la relación humana es el amor, cuando falta se generan heridas que solo con más amor pueden sanarse, repararse. Así se da “este mundo en donde hay que preocuparse por la vida, hacer un pequeño espacio para hacer un lugar mejor, para curarlo”.
Aunque las noticias quieran esconderlos y se adormezcan nuestras conciencias con felicidades que nos hacen creer que debemos vivir en Gozalandia, hay hermanos a nuestro lado que están heridos y necesitan reparación. Corazones migrantes, esclavos, tristes, agredidos, frágiles, fatigados, sin esperanza, sin un trabajo digno, es la gente que indica Michael Jackson que se está muriendo, la misma gente que Catalina decía que estaban así no por opción, sino por necesidad. Hagámonos cargo de esas penas y también de las nuestras, seamos mediadores de la misericordia de Jesús que descansa, que repara, que consuela.
Catalina de María Rodríguez fue una mujer frágil que no se quedó en ella misma sino que, movida por el amor que había reparado su propia vida imitó los sentimientos del Corazón de Jesús, recreó así un estilo tan antiguo y tan nuevo a la vez que se presenta como la sangre: donde hay una herida llega primera para limpiar y auxiliar, para curar. Llamado que también tiene su Gran familia carismática, formada por religiosas y laicos que caminan en misión y vida compartida, de igual modo que otros que tienen sendas similares tras la meta de dar y recibir misericordia
Finalmente expreso que como toda enseñanza salida del Evangelio, el amor y la reparación es antes que nada un humanismo, hace al hombre más hombre y al mundo más humano porque apunta a su ser más personal que consiste en el llamado a seguir a Dios en su esencia: el amor; así mismo apremia a sentir con el prójimo desde sus dolores y sus alegrías. Catalina dice en sus escritos “debemos ir donde nos llame la misericordia del Corazón de Jesús”. Camino que no es solo palabra, sino obra, senda que realiza a la persona y deja al mundo mejor de lo que lo hallamos.
“Cura al mundo, hazlo un lugar mejor, por ti, por mí y por toda la raza humana” – Michael Jackson
[1] www.madrecatalinademaria.com
[2] Cantante y compositor estadounidense (1958-2009)