Una de las historias más fascinantes del Medievo hispano es la que se vivió en el Reino de León en la segunda mitad del siglo X. Tras llegar al trono en el año 956, solo dos después perdió la corona. ¿El motivo? Sus 240 kilos de peso, que incluso le impedían montar a caballo, le valieron el rechazo de toda la nobleza local. Apoyándose en el conde Fernán González, le destronaron y nombraron rey a Ordoño IV.
En un gesto audaz que desmiente la imagen ideologizada de la llamada “Reconquista”, Sancho I no buscó el apoyo de otro rey cristiano. Acudió al principal soberano sobre la faz de la Tierra en su tiempo. Y que además residía en la propia Península Ibérica. Así, ni más ni menos, se postró para pedir ayuda ante el califa de Córdoba, Abderramán III.
En manos de su médico judío
El monarca musulmán aceptó restituirle en el trono a cambio de una serie de plazas en las riberas del Duero. Firmado el consecuente tratado, antes de empuñar las armas, Abderramán III obligó al ‘Craso’ (o ‘Gordo’) a ponerse a dieta para poder ser aceptado después por sus súbditos. Así, le puso en manos del médico de su corte, el judío Hasday ibn Saprut, y este consiguió que perdiera hasta 100 kilos en cuarenta días…
Para conseguirlo, la dieta fue tajante, alimentándose únicamente a base de infusiones, que bebía con una pajita. Y es que al rey de León, además de atarle muchas veces de manos y pies para evitar que comiera, le cosieron la boca… Por si fuera poco, varias veces al día debía hacer ejercicio físico.
Recuperó el trono
Finalmente, la tortura tuvo éxito y ‘el Craso’ consiguió su objetivo, dejando a un lado la imagen de un hombre impedido por la obesidad. Tras este éxito, llegó el siguiente, ya con el ejército del califa haciéndose con Zamora (959) y León (960), entregando de vuelta la corona a Sancho I, que volvería a regir su reino entre los años 960 y 966.
Eso sí, ‘el Craso’ no cumplió con su parte de lo acordado y se negó a entregar las plazas prometidas a Abderramán III. Enfurecido con él, el califa buscó entonces la alianza con Ordoño IV, quien, tras su derrota, había huido a Asturias. Con todo, no vieron necesario poner en marcha una campaña para derrocar a Sancho I, pues sabían que, pese a adelgazar, la mayoría de los nobles seguían sin aceptarlo y la inestabilidad haría que cayera solo.
La manzana envenenada
Finalmente, murió en 966… Dicen que tras ingerir la manzana envenenada que le había dado un señor principal (tal vez, el conde Gonzalo Menéndez). Seguramente, solo le habría podido salvar el médico judío que, al mano de un califa musulmán, le cosió la boca… Historias significativas de un tiempo que hay quienes aún siguen empeñados en llamar de “Reconquista”.