Estar rodeado de consejeros no te libra de meter la pata el último día, y más cuando ya tienes la otra en la jubilación. Pero las declaraciones del nuncio Fratini sobre Franco que tanto han irritado a Carmen Calvo hablan también de que las voces eclesiales que has escuchado los últimos diez años en España no han sido del todo plurales.
Este tropezón de última hora le ha venido muy bien a la vicepresidenta en funciones del Gobierno, quien ha podido sacarse, en la cabeza del diplomático, la espinita que tenía clavada desde que la Secretaría de Estado la desmintió hace unos meses –con mucha más finezza que sus declaraciones en la Cadena Ser–, cuando extendió al propio Pietro Parolin su entusiasmo por exhumar a Franco.
Aquel ridículo que no supo rectificar se añadía al de la chapuza que el Gobierno de Sánchez perpetraba en una especie de sostenella y no enmendalla al querer sacar a toda costa al dictador del Valle de los Caídos. Todas esas afrentas causadas por su incompetencia se las ha cobrado ahora la vice con la queja formal al Vaticano a cuenta del embajador del Papa.
Había tantas ganas de coger en un renuncio a la Iglesia que Calvo se ha permitido remachar la faena en la misma línea chusca, dando a entender que los obispos no cumplen con Hacienda e instándoles a sentarse ya mismo a negociar su fiscalidad, en un tono que queda lejos del de noviembre pasado, cuando aseguraba que no pasaba un día sin que colaborase “conjuntamente” y de forma “constructiva” con los obispos.
Torpezas eclesiales aparte –que las hay, y no pequeñas–, no es menor la de la vice o su compañera de Consejo de Ministros, Dolores Delgado, al tratar a la jerarquía eclesial como si fuese una cuadrilla de bandoleros que lo mismo te sisa en la escuela concertada o en unos garajes que te oculta la pederastia. Saben que su barra libre les sale gratis mientras con otras instancias, nacionales e internacionales, van de aguas.
