Desgraciadamente, Venezuela no deja de copar las portadas de los medios de todo el mundo. “La situación de extrema pobreza y de emergencia humanitaria se ha hecho sentir en muchos lugares a los que tantos venezolanos exiliados han llegado en busca de unas mínimas condiciones de vida”. Quien así se lamenta es el religioso escolapio venezolano Willians Costa.
Pese a todo, los escolapios de Venezuela no se rinden y continúan intentando tejer sociedad. Algo que hacen, como no podía ser de otro modo, desde su gran baluarte: la educación. “Hemos asumido el reto –recalca– de mantener nuestras escuelas abiertas y de ofrecer un espacio para nuestros niños y jóvenes, para sus familias y para nuestros colaboradores, en el que puedan vivir. Un espacio de calidad educativa y pastoral, donde podamos alimentar la esperanza y la vida en medio de un contexto tan complejo”.
Para ello, algunas de sus escuelas “se han vinculado a las diversas redes de solidaridad, dentro y fuera del país, para garantizar la alimentación diaria, o interdiaria, de todos nuestros colaboradores (directivos, docentes, personal administrativo y laboral). Las redes aportan los insumos y, desde el trabajo voluntario, padres y madres de familia mantienen una ayuda que ha sido inmensamente valorada”.
Un voluntariado en crecimiento
“Las propuestas de voluntariado –continúa el religioso– emergen en cada una de nuestras presencias, y es así como encontramos a madres, padres, estudiantes y familias enteras que se incorporan a nuestros proyectos pedagógicos y pastorales con el deseo de colaborar”. Un compromiso que es especialmente de agradecer, pues no reciben retribución económica alguna por ello.
Pero, si esta red solidaria no hace sino crecer, es porque “muchos encuentran en nuestros colegios un lugar donde se respiran la alegría, la esperanza y el encuentro. De esta manera, nuestras instituciones se han convertido en espacios de reconstrucción del tejido social, debilitado por las heridas que las políticas sociales y económicas han marcado en el ideario colectivo. Acá nos encontramos quienes pensamos diferente y logramos encontrar cauces comunes para construir la sociedad. Sin la necesidad de convencer o descalificar a quien tiene una ideología propia, nuestras aulas y nuestros pasillos son un laboratorio constante de aprendizaje del encuentro, de la resolución de conflictos y de la posibilidad de vivir juntos en un solo país”.
Eso sí, no siempre es fácil. A veces, el entusiasmo se ve amenazado por un entorno de agotamiento del que es imposible evadirse: “No somos ajenos a lo que padecemos. Nuestros religiosos venezolanos también sufren, en sus familias, la realidad que nos aqueja. Llegan diariamente a nuestras aulas niños con hambre o, a veces, no vienen por no tener algo que comer. La mayoría tenemos a algún familiar fuera del país, viviendo a menudo en condiciones extremas y difíciles. O recibimos la noticia de algún pariente cercano, padre de familia o amigo que ha fallecido por no tener un medicamento que puede conseguirse en la farmacia de cualquier país vecino. Nos conectamos a las redes sociales, en las que podemos conseguir información de lo que sucede en el país, porque los medios nacionales permanecen mudos”.