Sobre las bodas entre católicos y musulmanes

Musulmanes-y-católicos(Pedro Langa Aguilar, OSA- Teólogo y ecumenista) Las Orientaciones pastorales de la Conferencia Episcopal Española en torno a El matrimonio entre católicos y musulmanes (28-XI-2008) son de agradecer y de matizar. Lo primero, por su oportunidad, rigor y casuística moral y canónica en lo expuesto desde la doctrina católica. Lo segundo, toda vez que, dado el cariz interreligioso del argumento, no parece haberse destacado lo bastante dicho aspecto. Sobre todo, en la problemática que un matrimonio dispar ya contraído suscita, es decir, en el diario quehacer de una familia, digamos, católico-musulmana.

Pedro LangaDe entrada, cumple ver en el interreligioso un diálogo de salvación (colloquium salutis), esto es, el largo y variado diálogo que Dios entabla con el hombre sin distinción de razas ni culturas. Su fin propio es la conversión común de todos al mismo Dios, el de Jesucristo, que interpela a los unos por medio de los otros. En el matrimonio de marras, esta llamada es evangelización doméstica y signo de la llegada del Reino de Dios. Gracias al Vaticano II, el teólogo católico no carece hoy de respuestas para desafíos como el del argumento que nos ocupa: Nostra aetate afronta la actitud eclesial hacia las otras religiones y nos anima a reflexionar no sólo sobre la salvación de los individuos fuera de los confines visibles de la Iglesia, sino también sobre el mismo papel salvífico de las otras religiones.

La Comisión Teológica Internacional expresa en El Cristianismo y las religiones (1996) la convicción de que analizar los problemas con espíritu dialógico requiere discreción y humildad, sabiduría y respeto al otro, a sus tiempos, a su mentalidad, incluso a sus contradicciones. Implica relaciones humanas –también las de un matrimonio dispar–, de las que Jesús dio prueba con discursos llegados a nosotros en los Evangelios. Sólo el diálogo interreligioso puede abatir barreras de tal índole y facilitar el conocimiento de la propia religión, obligados como estamos a mostrarla de convincente y claro modo a los demás. Entre creyentes –y los musulmanes lo son–, el diálogo debe ser no sólo doctrinal, sino también experiencial y vital, pues representa un inteligente y detenido careo entre personas aferradas al propio credo. El afirmarse de cada religión en la propia identidad no es óbice para dialogar y colaborar con seguidores de otras creencias.

En las cuatro formas que Diálogo y Anuncio (19-V-1991) distingue en el susodicho diálogo, cabe la estructura toda de un matrimonio dispar: vida, obras, intercambios teológicos y experiencia religiosa. En esta última, por ejemplo, tales cónyuges, radicados en las propias tradiciones religiosas, pueden y deben compartir sus riquezas espirituales, sobremanera en lo tocante a oración y contempla- ción, fe y vías de búsqueda de Dios. La Iglesia católica enseña que “a través de la práctica de lo que es bueno en sus propias tradiciones religiosas, y siguiendo los dictámenes de su conciencia, los miembros de las otras religiones responden positivamente a la invitación de Dios y reciben la salvación en Jesucristo, aun cuan- do no lo reconozcan como su salvador (DA 29; cf. AG, 3, 9 y 11)”.

Sagacidad y prudencia

El diálogo interreligioso no es simple comparación de creencias, sino más bien actitud y disponibilidad del espíritu. Todo cónyuge cristiano dialogante debe saber que la diagonal entre fe e incredulidad, Reino de Dios y reino de este mundo, pasa, más que entre cristianos y no cristianos, por el corazón mismo de cada hombre, lo que permite a un matrimonio católico-musulmán asumir actitudes modélicas de alteridad. Precisamente una de las semillas del Verbo de las que ya habló la patrística es la oración, pues “en la medida en que el cristiano vive el diálogo en estado de oración, es dócil a la moción del Espíritu que obra en el corazón de los dos interlocutores. Entonces el diálogo se hace más que un intercambio: se hace encuentro”. El Espíritu viene en ayuda de quien ora, lo que no es privativo sólo de cristianos, conscientes ellos de que Dios “llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración” (CatlC, n. 2567). Entre lo humano y lo divino se da una mezcla siempre a discernir y respetar. Creyendo en Dios, de quien soy testigo, tendré fe en el otro por quien Dios me habla.

Duro desafío, sí, éste del diálogo interreligioso en matrimonios entre católicos y musulmanes, a entender, pese a todo, con apertura espiritual, sólida fe y resuelta esperanza, sin omitir tampoco ni la sagacidad ni la prudencia.

En el nº 2.684 de Vida Nueva.

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