Hace unas semanas, cuando el PSOE y Unidas Podemos estaban negociando la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, un dirigente de la formación morada escribió un tuit que decía: “Solo tenemos dos mejillas”.
Es evidente que esa frase tiene como referencia la expresión evangélica: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra” (Lc 6,29). Desconociera o no su fuente el autor del tuit, el hecho demuestra que la Biblia está más presente en nuestra sociedad o nuestra cultura de lo que quizá a muchos les gustaría, porque –al menos en el pasado– ha colaborado decisivamente a ello.
El significado de la frase evangélica tiene que ver con la actitud del discípulo de Jesús frente a las ofensas recibidas (junto a poner la otra mejilla se habla también de dar la capa además de la túnica y –en Mateo– caminar dos millas en lugar de una). La propuesta del Maestro es que el discípulo debe rechazar el principal valor propuesto por la sociedad del momento, que consistía básicamente en una defensa del honor en correspondencia al agravio recibido. Lo que Jesús propone no es un masoquismo de difícil aceptación, sino salir del esquema del honor/vergüenza vigente y jugar en otro terreno distinto. En época moderna, a ese otro terreno se le ha llamado “no violencia” y ha encontrado un buen apóstol en la figura de Mahatma Gandhi.
En la versión de Mateo, lo que dice Jesús es: “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra” (5,39). Para un diestro, la única manera de abofetear en la mejilla derecha es hacerlo con el dorso de la mano. Y esto implica un mayor desprecio, como demuestra el siguiente texto de la Misná: “Si uno da un puñetazo a su prójimo, ha de indemnizarle con una selá [es decir, cuatro sus] […] Si le da una bofetada, ha de darle doscientos sus. Si le abofetea con el reverso de la mano, ha de indemnizarle con cuatrocientos sus” (Nezikín [Daños] VIII,6).
Es evidente que, aunque no sepamos el valor de un sus, lo más “caro” es una bofetada con el reverso de la mano. Y no porque duela más físicamente, sino porque “duele” más moralmente, es decir, porque implica mayor vergüenza para el agraviado.