Durante muchos años, Tamara Falcó, la única hija de Isabel Preysler y Carlos Falcó, marqués de Griñón, ha sido noticia principalmente en los medios del corazón. Pero todo cambió en 2011, cuando hizo público algo que sorprendió a muchos: su conversión al catolicismo.
No es que antes no lo fuera (está bautizada e iba a clases de Religión en la escuela), pero desde ese momento empezó a serlo de un modo plenamente consciente. Y apasionado. Así, no hay entrevista en la que no arda en deseos de hablar sobre Dios, contando cómo ha llegado a su vida. Y fue, significativamente, del modo menos extraordinario posible: leyendo la Biblia Didáctica de PPC-SM (como ella misma ha confesado) y sintiéndose interpelada por Dios en muchos de los pasajes.
“Mi padre -Carlos Falcó, marqués de Griñón- se separa por tercera vez, y tras decírmelo, me pide que le acompañe dos semanas al campo. Así que busqué un libro para leer en ese tiempo de verano. Entré en la Casa del Libro y vi una Biblia blanca y azul con una luz iluminándola, con una palmera dibujada- mi nombre significa ‘Palmera’- y un letrero que decía: ‘Biblia didáctica’. Letra grande, papel grueso, pensé: ‘me la compro’”, ha explicado en más de una ocasión la hija menor de Isabel Preysler.
Ejercicios con el padre Ghislain
Tras esa primera experiencia, la apuntalaron en la fe unos ejercicios espirituales con el religioso canadiense Ghislain. Así lo recordó ella misma en una entrevista con la revista ‘Misión’ con la que dio a conocer el cambio producido en su vida: “Fue como un máster en catolicismo; vi muy claro que el demonio existía, que actúa en nuestras vidas y la importancia de la confesión para cerrarle las puertas. El padre Ghislain me impuso las manos y me habló directamente al corazón; sabía cosas de mi vida que era imposible que conociera un sacerdote canadiense que nunca había abierto un ‘Hola’. Después del retiro comencé a ver los frutos, me empezó a apetecer muchísimo ir a misa y hacer oración”.
En su caminar también fue clave la presencia de su abuela materna. Originaria de Filipinas, como su madre, es una mujer muy piadosa, católica fervorosa. “En 1991 –detalla–, mi abuela materna se vino a vivir con nosotros desde Filipinas. Ella es muy religiosa, de misa diaria, y yo por entonces ni siquiera sabía que había misa todos los días, por lo que me chocaba mucho que ella fuera. Estoy segura de que Dios la puso en la vida de mi familia para que rezara por nosotros con mayor intensidad, porque no rezas igual por una persona que se encuentra lejos de ti que si convives con ella. Para mí fue como santa Mónica, la madre de san Agustín. Le debo parte de mi conversión”.
La fe, siempre presente
Ocho años después, Tamara Falcó va a misa a diario y trata de vivir la fe en cada una de sus acciones. Feliz, destaca que su vida ha cambiado “radicalmente. No soy la misma de antes. Él está sanando, poco a poco, las heridas que acumulaba en el corazón. Ha ido sacando a la luz todas esas oscuridades que tenía en mi vida, de forma muy didáctica y muy suave. Y todo por pura gracia y por medio de la oración”.
“Estar en la Iglesia es precioso” concluye una joven que, ante todo, sueña con ser solo eso. Ni ‘la hija de’ ni nada por el estilo: simplemente, Tamara.