Al decir “discernimiento”, inmediatamente se piensa en el pequeño y precioso texto de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. San Pablo habla del “discernimiento de los espíritus” (I Corintios 12, 10) y la tradición ha recomendado prestar la máxima atención, en oración y recuerdo, a lo que se mueve en lo más profundo del corazón. Ignacio articulando su propuesta a partir de una elección, comprometida y vinculante, pone el discernimiento en el centro de su reflexión espiritual y se concentra en ellos, dando criterios para elegir conforme a la voluntad de Dios y enunciado reglas precisas para discernir con eficacia.
Generaciones enteras de católicos y de cristianos de diferentes confesiones, creyentes de otras religiones e incluso no creyentes, después de Ignacio, han practicado sus ejercicios, obteniendo enormes beneficios espirituales y psicológicos en paz interior. ¿Y las mujeres? Ignacio nunca quiso fundar una orden femenina, pero su correspondencia deja rastro de ser cercana con mujeres que tuvo la oportunidad de reunirse y conocer de cerca.
Lo que se mueve dentro de la persona está en total armonía con la capacidad femenina de recogimiento que busca superar la dispersión que proviene de la inmersión en diversas ocupaciones externas. Los criterios ignacianos para elegir y sus reglas del discernimiento están muy lejos de un manual preceptivo y su minuciosidad indica el deseo de “ayudar a las almas”, como Ignacio estaba acostumbrado a repetir, guiándole para saber distinguir lo que proviene de Dios, de lo que es fruto de la tentación diabólica.
Oración enraizada en la interioridad
La sensibilidad femenina puede encontrar en las reglas ignacianas de discernimiento un apoyo para ese trabajo de excavación que lleva a una mejor conciencia y a una forma de oración enraizada en la interioridad y no fruto de la emoción del momento. Dos conceptos son cruciales en las reglas ignacianas: “consuelo” y el opuesto a la “desolación”, con los cuales quiere indicar la paz y la serenidad que provienen de las inspiraciones divinas y, por el contrario, la aridez y la perturbación que se derivan del diablo y no hay duda de que las mujeres están capacitadas para reconocer lo que se está moviendo en ellas.
La práctica de los ejercicios ignacianos, plantea una dificultad que, si es real para todos, puede ser insuperable para la organización concreta de la vida de las mujeres. En su forma clásica, prevén un mes de retiro “cerrado”, alejándose de los lugares y ocupaciones habituales y de las relaciones interpersonales. ¿Cómo conciliar esto con el doble, e incluso triple, trabajo de las mujeres y con sus compromisos con el cuidado y la atención?
Se puede incluir aquí, la propuesta de Maurice Giuliani: ejercicios en la vida ordinaria (EVO), en los cuales el discernimiento, las meditaciones y la oración ya no están concentrados en un breve marco de tiempo, sino que ocupan un largo periodo, sin el alejamiento de la vida habitual. La dinámica de estos ejercicios, según el espíritu ignaciano y su explicación en las notas 19 y 20 de la introducción, es diferente de la que se realiza en el retiro cerrado, pero el objetivo es el mismo.
Los EVO no han sido pensados para ir al encuentro de las exigencias de las mujeres, sino como un recurso para aquellos que no pueden alejarse de los compromisos cotidianos o que, por una particular sensibilidad espiritual, no podrían beneficiarse del retiro o de la soledad prolongada. Parece ver en ellos una ayuda para esas mujeres que quieren abrirse a la espiritualidad ignaciana, pero que no pueden concederse un período de aislamiento y se trata de buscar, más allá de la identidad del objetivo, las diferencias esenciales, sobre todo respecto al discernimiento.
Una nueva luz para cada experiencia
En el retiro cerrado, el discernimiento está en el centro de las jornadas, marcado por la oración y las meditaciones, y su evaluación se pospone hasta que, al volver a la vida ordinaria, la persona pueda valorar el alcance de la elección efectuada. La situación que se realiza en los EVO es diferente, en la alternancia de la oración, las ocupaciones y relaciones diarias, y cada momento del día ofrece la oportunidad de evaluar la validez del camino espiritual que, sin alterar los acontecimientos, cambia el espíritu en el que se viven.
La voluntad de Dios, buscada y encontrada a través del discernimiento y reconocimiento del origen de los movimientos internos, se convierte gradualmente en el criterio que informa cada decisión y cada toma de posición personal, coloreando la experiencia habitual con una nueva luz.
Si el discernimiento afecta a la vida, también esta última tiene profundas repercusiones en el camino espiritual, evitando el riesgo de entusiasmos pasajeros y de decisiones abstractas y no enraizadas en la concreción de la existencia. La interioridad del discernimiento y la exterioridad diaria se convierten en los dos polos a través de los cuales se desenvuelve un camino que lleva a la persona a un mejor conocimiento de sí mismo y de la voz de Dios que habla incluso en el estruendo de las actividades cotidianas.
Este tipo de ejercicios requiere una fuerte motivación y un alto grado de madurez interior para mantener la fe con un compromiso que puede verse obstaculizado por las distracciones de alrededor, pero las mujeres podrían encontrar en ellas un recurso decisivo para su fe y para el discernimiento personal, sin tener que renunciar a las ocupaciones cotidianas y, sobre todo, a las relaciones interpersonales.