La carta
El domingo por la mañana suele ser uno de los momento tranquilos de la semana en cuanto a llegada de comunicaciones. Se reduce significativamente el número de mensajes en el móvil, la bandeja de entrada del correo electrónico apenas se mueve, ningún repartidos suele llamas a la puerta… pero este domingo el papa Francisco ha enviado una carta dirigida a todos los sacerdotes.
Una extensa carta en la que en torno a 4 apartados recoge algunas ideas que no son nuevas en el pontificado pero que aparecen sistematizadas en un escrito cercano y directo. Así, al pensar en los sacerdotes –quizá en los días de agenda más relajada que Francisco se reserva en el mes de julio– a Bergoglio le vienen a la mente 4 palabras: dolor –fundamentalmente por las consecuencias de los abusos por parte de los pastores–, gratitud, ánimo y alabanza. En torno a estos puntos cardinales, el Papa traza un completo perfil del sacerdote que necesita este tiempo para cumplir su misión fundamental: ser servidores del Pueblo de Dios construyendo en Reino a través del ministerio.
Frente a modelos poco ejemplares de presbiterado, Francisco reivindica a esos sacerdotes que “trabajan en la ‘trinchera’, llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor y, expuestos a un sinfín de situaciones, ‘dan la cara’ cotidianamente y sin darse tanta importancia, a fin de que el Pueblo de Dios esté cuidado y acompañado”. El Papa no esconde que a todos aquellos que “de manera desapercibida y sacrificada, en el cansancio o la fatiga, la enfermedad o la desolación, asumen la misión como servicio a Dios y a su gente e, incluso con todas las dificultades del camino, escriben las páginas más hermosas de la vida sacerdotal”.
El santo
La ocasión para el envío de esta carta ha sido la fecha en la que se recuerdan los “160 años de la muerte del santo Cura de Ars a quien Pío XI presentó como patrono para todos los párrocos del mundo”. Reivindicado por varios papas, san Juan María Vianney es una ejemplo de pastor entregado por encima de todas las previsiones humanas. Entregado al ministerio en el altar, en el confesonario o entre la gente… a pesar de todos los que habían dudado de su vocación durante su etapa de formación.
La parroquia de Ars, no muy lejos de Lyon, aunque considerado “el último pueblo de la diócesis” fue el objeto de su entrega total. Allí creó una hospicio para chicas necesitadas y en la relación con los fieles comenzó un auténtico acompañamiento espiritual que llegó a transformar la vida cotidiana de la comunidad cristiana –a costa, dicen, de pasar hasta 18 horas diarias en el confesonario–. Sus sermones de temas muy variados nos quedan como testimonio de cotidiano de vida cristiana.
La respuesta
Francisco señala que en el mundo hay sacerdotes que viven la persecución, hay quienes viven su ministerio en situación de minoría o desconfianza, hay quienes sufren los ataques en su ministerio por la conducta poco ejemplar de algunos presbíteros, hay quienes están cercanos a sus comunidades en las periferias de las zonas rurales o del extrarradio, hay quienes viven su compromiso sacerdotal formando a las nuevas generaciones o empeñados en una pastoral específica, hay quienes desde la sencillez de su persona irradian evangelio con una simple charla con quien vive la soledad…
Sacerdotes en cárceles, hospitales, grupos de jóvenes o catequesis de adultos, en las aulas, los campos de refugiados o en las misiones… todos ellos, buscando en el fondo de su vocación están llamados a romper con la indiferencia y la desidia y afrontar su ministerio como un servicio de trinchera y no como una servidumbre que poco tiene que ver con el estilo de vida de Jesús. Gracias Francisco por tu carta, necesitamos siempre reavivar esta vocación y sentir que merece la pena ser cura con la que está cayendo.