Los curas que no amaban a Bergoglio


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Es una excusita para montar un pollo y rebelarte porque la comunión con este Papa se te hace indigesta y con Wojtyla –tampoco a él nunca le dejarán caminar solos estos hooligans pontificios– se tragaba todo mucho mejor –e incluso con Ratzinger, siempre disponible para una foto–, desde la dimensión claramente político-social del polaco, a quien le adjudicaron la caída del Muro de Berlín, pasando por encubrir los abusos en la Iglesia.

Todo se digería en nombre de una comunión que tenía su propia policía filosófica (diría un Chesterton que les hace brillar los ojos) y que ahora salta por los aires a poco que cambies unos estatutos en una institución pontificia, como el Instituto Juan Pablo II para la Familia.

Lo intento, pero no veo los logros académicos y pastorales que reivindican con un punto de desfachatez los profesores de ese centro, que sienten que el legado del papa que lleva su nombre se vacía para dar cabida al de Francisco y su Amoris laetitia: cada vez hay menos bautizos y bodas en las iglesias, pero aumentan las separaciones. ¿Dónde está el cacareado fruto pastoral?

papa Francisco muy serio

Asombra que se aduzca como mérito destacable la aprobación en España del Directorio de Pastoral Familiar (curiosamente en nombre de una “eclesiología de comunión”), un texto cuya fundamentación nació trasnochada y que solo ha dado momentos de gloria a los medios de comunicación, éxito mediático del que participan con prácticas sonrojantes algunas de sus concreciones, como los COF.

Echo en falta en estos indignados que no vieran con la misma solicitud académica la  demolición que no hace tanto pretendieron algunos  al crear sus propias universidades eclesiásticas, creando un cordón sanitario frente a otras, incluso la del Episcopado, con trasvase de alumnos incluido.  Como entonces, ahora se aducen razones académicas, cuando lo que subyace es más ideología que evangelio.

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