Hablar de la empatía nos remite a vínculos poco explorados que llaman nuestra atención desde la psicología y la neurociencia. Uno de los libros que apenas vislumbra algunas de estas conexiones fue escrito en los 90’s por el sacerdote Jesuita Carlos G. Valles con el curioso título ‘Por qué sufro cuando sufro’. Valles retoma una frase del filósofo greco-romano Epicteto, para convertirla en el hilo que de su brillante narrativa. La cita de Epicteto dice:
“Los dioses dejaron en manos de los hombres la manera como éstos escojan responder a las circunstancias de la vida; y de las demás cosas… los dioses no dejaron ninguna en manos de los hombres”.
Una cascada de auto flagelos exacerbada
Siglos más tarde, el psicólogo y filósofo William James decía que “el gran descubrimiento de nuestra época es que podemos cambiar toda nuestra vida con sólo cambiar la actitud de nuestras mentes”. Si bien parecía una novedad, lo enunciado por Epicteto y visto como un descubrimiento por James en el siglo XIX, estas premisas ahora parecen tener una explicación de la neurociencia, nuestro cerebro es una máquina social cuyo radar son la percepción y nuestra atención modifica nuestros pensamientos. “No nos hace daño lo que nos sucede, sino lo que nos imaginamos que sucede”, dice Carlos G. Valles. Lo que percibimos como un desastre resulta no serlo; pero nuestro miedo, nuestra timidez, nuestra necesidad de inspirar compasión, de compartirnos a nosotros mismos que sufrimos más que los demás, desatan las señales de alerta en nuestro cerebro y este reacciona de diferentes maneras provocando una cascada de auto flagelos exacerbada. Así nuestra mente tiene más influencia sobre nuestro cuerpo, de lo que solemos imaginar. Y lo que esto explica es que nuestra atención está en los hechos perdiendo la oportunidad de centrarnos en las personas en los “otros”.
El descubrimiento de las neuronas espejos por Giacomo Rizzolatti y Vittorio Gallese en 1996 en la Universidad de Parma, Italia, ha permitido entender cómo la percepción no es una secuencia de sensaciones efecto posteriores. Con experimentos en el mono macaco, demostró que un grupo de neuronas se activaba tanto cuando el animal realizaba acciones concretas, como cuando observaba a otros monos o personas repetir lo mismo. Al principio se pensó que era tan solo un sistema de imitación ligado a movimientos simples, como agarrar comida, pero posteriores análisis constataron que el mecanismo permitía también hacer propias las acciones, sensaciones y emociones de los demás. Además, el sistema también se descubrió en los humanos, con la activación del lóbulo parietal y la corteza motora del cerebro.
El mensaje más importante de las neuronas espejo es que demuestran que verdaderamente somos seres sociales. La escuela, la familia, la comunidad son grupos y espacios en donde desarrollamos nuestra capacidad de empatía. Los descubrimientos de Rizzolatti dicen que “los seres humanos tenemos un mecanismo específico para que, cuando vemos dolor en otra persona, también sintamos dolor. No solo entendemos el dolor del otro de manera cognitiva, también lo sentimos”. Las neuronas espejo nos permitirían no sólo leer el cuerpo, sino también detectar la intención y los sentimientos de la otra persona. Reiteradamente escuchamos hablar de la necesidad urgente de “empatía” sentir con los otros. Lo primero que parece indicar la neurociencia es que si no entramos en contacto con otros, difícilmente seremos capaces de detonar esa conexión.
Cada vez está siendo estudiado como la exposición a imágenes y noticias virtuales merman nuestra capacidad de empatía. Sin duda existen nuevas maneras y códigos para comunicarnos, como los emoticones que se encuentran en las nuevas formas de lenguaje digital, éstos suelen ser una forma de expresar nuestras emociones y se usan para aclarar la intención del mensaje, aun con todas las ventajas de las nuevas tecnologías no debemos olvidarnos de los detalles y rutinas que nos hacen mantenernos en un círculo socializados. Recordemos que el teléfono no sólo es un aparato inteligente, sino que sirve para hablar; tomar un café o un té cara a cara se ha usado tradicionalmente para conversar sin mayores interrupciones; el contacto visual con quienes nos rodean sigue siendo un elemento imprescindible para saber cómo el otro se encuentra. Con todas las constataciones científicas, nuestro primer espacio de socialización está en el mundo real.