Me asusta la inmediatez del acontecimiento sin reflexión, la hiperconectividad emotiva, responsiva, intrusiva y reactiva que no deja poso en el alma ni títere con cabeza. Me asustan los emoticones que vienen a ser la rebaja de los retales del sentimiento. Me asustan quienes son encumbrados a golpe de tweet y defenestrados a golpe de WhatsApp. Me “flipa” que haya youtubers que tengan 25 millones de visualizaciones cuando “cuelgan” un video bañando a sus gatitos.
Me molestan aquellos que esperan respuestas en cinco minutos y quienes se estresan por que no las dan. Me preocupa la sociedad construida a base de hiperconectados responsivos estresados, deprimidos, ensalzados y abatidos. Me asusta ver a nuestros jóvenes, ya embebidos en esta superficialidad emotiva global, sufrir tanto ante tanta bobada insustancial. Me asusta todavía más ver a adultos hechos y derechos totalmente alienados y dependientes de un ‘like’, de una ‘carita feliz’ o de un aplauso en sus diversas variantes étnicas.
Me pregunto si a este público crecientemente infantilizado le va a calar el mensaje de la Jornada Mundial de las Migraciones o si no sería mejor tomarnos el año para hacer una serie de TV (Tipo ‘Chernobyl’ o ‘La Casa de papel’) y colgarla en las plataformas digitales. Podría tener un título sugerente. Algo así como ‘Desesperados al rescate’. Así seguro que multiplicaríamos la audiencia y sensibilizaríamos “mogollón”. También se podría crear un videojuego compatible con las consolas de moda en la que el Papa y las ONG que salvan náufragos fueran “los buenos”, Salvini, Abascal y Libia los “malotes” y la Unión Europea y los Gobiernos de los Estados miembros juegan mientras tanto al mentiroso. No sé, denle vueltas porque se necesita sensibilizar de fondo y no solo dar un barniz. La dignidad de los descartados lo exige.
¿Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera la masa sin cantera? Nos canta Silvio Rodriguez con tanta razón…