Se encontraba mal, últimamente nada le salía como él quería. Estaba en un momento bajo, sin ganas, desilusionado. ¡Para qué describir todo lo que rondaba su corazón encogido! No sabía mimarse, no sabía consolarse, no sabía quererse para vivir su tristeza, para acompañarse en su desconsuelo, para acoger todos los motivos que le llevaban a encontrarse así. Solo quería huir, necesitaba alegrarse, alejarse de su estado de ánimo, buscar algo que le permitiese dejar de pensar, dejar de calentarse la cabeza en todas las cosas que le iban mal.
Para no permanecer solo, tirado en su casa sin saber hacia donde ir ni qué hacer, decidió salir de compras. ¿Por qué no? Se animó, se arregló, se afeitó, se perfumó y se puso su mejor sonrisa con la esperanza de encontrar en las compras esos ánimos que su estado le negaba. Paseó por las principales calles comerciales de su ciudad. Le gusta ir de compras en invierno, cuando se hace pronto de noche y las luces de los escaparates y de la calle invitan al optimismo que la oscuridad limita.
Vio a la gente que como él observaba los escaparates y entró a sus tiendas preferidas, a aquella de tes en la que olfateó un nuevo sabor que habían traído, en la zapatería en la que encontró novedades de esa misma semana, vio las últimas tendencias en corbatas y los nuevos trajes que habían llegado en esa temporada, no se olvidó de los móviles y de los ordenadores, de aquellas máquinas nuevas que habían llegado últimamente y que día tras día tenían mayores prestaciones.
Compró aquí y allá, sin un programa previo, solamente por la satisfacción de comprar y volvió a casa cargado de cosas y con el corazón animado y pletórico. Cenó el menú que había adquirido en su restaurante preferido y se sentó satisfecho en su sillón para ver el primer programa de televisión que encontró con su mando. Pero esa noche volvieron sus fantasmas. Olvidó lo que había comprado, su paseo por las tiendas y volvió a sentirse triste, derrotado y desconsolado. No pudo dormir bien y se desveló…