Antoon Janssen, Misionero de Mariannhill, dejó su Holanda natal hace medio siglo. Un tiempo en el que se ha encarnado integralmente en Zimbabwe. ¿Su rédito? La felicidad plena…
“En 1969 –relata a Vida Nueva– llegué al país, con 29 años. Fue antes de la ordenación presbiteral. Me contaba entre los estudiantes que no estaban dotados para los estudios, pero, con la ayuda de mis formadores, pude seguir adelante y fui ordenado sacerdote el 30 de junio de 1970 en la catedral de Bulawayo. Justo después, fui a trabajar en las misiones que tenía la diócesis. Me mezclé con la gente, sabiendo que cada uno tiene sus propias dotes. Así trato siempre a la gente, ayudándoles en lo que puedo y aprendiendo de sus capacidades. Ahora, pese a que hace dos años que no sigo de un modo activo en la parroquia, siguen viniendo a verme muchos hombres y mujeres que he conocido estos años”.
Un granero de vocaciones
Un caso especial es el de los que han sentido la llamada a la consagración en este tiempo, como Innocent Shava: “He tenido 15 vocaciones de chicos y chicas que han ido a varias congregaciones. Una de las cosas que he descubierto es que, para tener vocaciones, un sacerdote tiene que vivir con la gente y no tener miedo de darse a ellos. Al revés, en cuanto uno empieza a vivir para sí mismo y a abusar de la gente, nadie viene”.
El suyo ha sido, sin duda, el testimonio de la autenticidad, de la fe desbordada: “Ya que no estaba dotado para los estudios, nunca enseñé a la gente teología ni filosofía. Me serví más de la religiosidad popular, que es lo que entendía la gente del pueblo. Les enseñé que, cuando quieran rezar, utilicen el rosario como la mejor arma contra las fuerzas negativas. Yo lo rezo todos los días cuando hago mis ejercicios en el campo, por la mañana. A veces, por la noche, cuando no puedo dormir”.
No una religión de libros
“Para mí –asegura–, la religión es simple. No solo se trata de leer libros de fe, sino de practicar lo que uno cree siguiendo el ejemplo de María y José, los padres de Nuestro Señor. Rezo el rosario mirando a María, con sus dogmas y misterios, que, a veces, no entendemos; pero sé que está cerca de nosotros como madre, pues era una simple mujer. No tengo otros libros de mucha importancia, excepto la Biblia”.
“Doy gracias a Dios –concluye este religioso holandés– por las vocaciones que ha salido a través de mí. No hablábamos tanto de las vocaciones, pero actuábamos más. Tampoco explicábamos la fe, sino que la vivíamos. No tengo el don de predicar, por lo que mis homilías duran cinco minutos. Luego, ya, tocaba la parte de vivir la fe. Así, creo que las vocaciones salieron por este camino. Es una alegría para mí que la Iglesia en este continente haya respondido con generosidad a la llamada de Dios. Solamente he sido su instrumento y sé que Él seguirá llamando a muchos jóvenes por otros misioneros”.