Aunque en la calderilla de la vida cotidiana es donde nos jugamos lo importante, a veces necesitamos ocasiones para pararnos, contemplar lo vivido y dejar que el agradecimiento se transforme en deseos renovados acoger el sueño de Dios. Eso es lo que pude compartir el otro día en Valencia al festejar la profesión perpetua de Laura, una joven religiosa de la Pureza de María. La celebración estuvo llena de “estrellas”, porque ella eligió esta cita para acompañarle en este momento importante: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2,10).
Es bonito pensar que todos somos, de algún modo, estrellas. Reconocer que tenemos capacidad de iluminar cuando reflejamos una luz ajena, que podemos alumbrar la oscuridad de tantas noches, que existimos conectados de modo invisible con muchos otros con quienes participamos en constelaciones cuyas formas no alcanzamos a contemplar desde nuestra perspectiva… Y, paradójicamente, también somos navegantes que se dejan guiar por sendas no trazadas rastreando el firmamento en busca del brillo, a veces sutil, de esas estrellas que el Señor siempre va poniendo en nuestra historia. Y, al vislumbrar su centelleo cuando la noche aprieta ¿quién no se llena de alegría? ¿Quién no gira el timón detrás de esa luz? Estrellas y navegantes, somos ambas cosas a la vez compartiendo juntos el camino de la vida.