Soy una lectora compulsiva. Me encanta leer y siempre tengo más de un libro empezado. Siento una inquietante atracción hacia cualquier palabra escrita, hasta el punto de resultarme realmente complicado no lanzarme a leer cualquier texto que se encuentre a mi alcance. Como podrán imaginar, esto resulta un poco incómodo en el metro, cuando tengo que hacer verdaderos esfuerzos por no pedirle a quien está a mi lado que pase la página cuando yo ya he terminado la que está leyendo. El caso es que el otro día comprobé que me sucede lo mismo cuando las palabras están escritas en la piel. Estaba esperando en una estación cuando me di cuenta de la frase que mi compañero tenía tatuada en el brazo y que rezaba así: “Que el Señor ilumine mi mente, me haga pensar de manera correcta y tome decisiones adecuadas”.
No sé si todos los que se tatúan lo hacen pensando bien aquello que va a permanecer en su piel toda la vida, pero en este caso me recordaba al deseo que expresa Israel de no perder de vista aquello que resulta esencial en su vida. Después de enunciar el mandamiento principal de amar a Dios con todo lo que somos y tenemos (Dt 6,4-5), el Deuteronomio insiste en conservarlo en todas partes. Es difícil olvidar algo que tienes constantemente a la vista y se encuentra en las puertas o en el propio cuerpo (Dt 6,8-9).
Quiero pensar que el tatuaje de esa persona que me encontré tiene la misma pretensión: no permitir que algo esencial se olvide. Por eso me despierta muchas preguntas. ¿Cuál sería mi tatuaje? ¿Qué frase desearía que guiara mi vida de modo permanente? Ojalá fuera también que el Señor me ilumine…