“Tenemos un tesoro, Jesús, pero no en monopolio. No nos pertenece completamente… le pertenecemos a Él. Otras gentes, otras culturas, tienen el derecho de poder conocerle como nosotros o mejor”. Quien lo proclama es el hermano marista Martí Enrich Figueras, un catalán de cerca de Igualada (Barcelona) que lleva doce años en Bangladesh tratando de “ofrecer la mano tendida de Jesús y su Evangelio a toda mujer y hombre del mundo, siempre desde el amor y el respeto”.
Ahora, cuando el Mes Misionero Extraordinario convocado por el papa Francisco toca a su fin, este “misionero de segunda vocación” (durante la primera parte de su vida, fue religioso educador en distintas escuelas maristas de Cataluña, así como formador en los seminarios de Llinars del Vallès y Les Avellanes) trata de seguir tendiendo “puentes, no muros” con el país asiático, convencido de que “caminamos con dos piernas: la de la conversión personal y la de los que nos rodean, para que ellos sean mejores protestantes, ortodoxos, hindúes, budistas, musulmanes… y, a la vez, nuestras vidas les interroguen y transparenten algo de ese Jesús que nos desborda por todos lados”. Porque “si hay que combatir hoy en día alguna ‘mala’ religión –dice el hermano Martí–, es la del materialismo, la del racismo y el supremacismo, la del desprecio a los inmigrantes, la del fundamentalismo…”.
Despertar misionero
Desde que emitió su primera profesión religiosa en 1981, siempre escuchó “con interés y admiración” a muchos hermanos que compartían sus experiencias misioneras. Especialmente en Paraguay, pero también en Costa de Marfil, Ruanda o Venezuela. A ello cabe añadir el testimonio de quien fue su profesor de inglés en su primer año en el seminario menor, el hermano Lluís Agustí Colomer, “que había sido misionero toda su vida en la India y en las Islas Seychelles”, relata. Sin embargo, aquella admiración no le conducía a la “imitación”. “Quizá sentía demasiado respeto por esa vida tan entregada y difícil”, admite el misionero barcelonés.
Hasta que, en 1999, el hermano Emili Turú, entonces provincial de Cataluña y más tarde superior general, le invitó a unirse a un ‘Campo de Trabajo-Misión’ en Tanzania. Aunque en un primer momento “no lo tenía muy claro”, el hermano Martí respondió afirmativamente. La experiencia en Masonga era “sencilla” (ayudar como peón a la construcción de tres aulas para la escuela de primaria), pero resultó “muy impactante” para él, hasta el punto de que volvió tres veranos más al país. Fue así como “se afianzó en mí la decisión de ofrecerme como misionero para ir a África”, recuerda, pero entonces no obtuvo repuesta.
No sería hasta finales de 2005, cuando el hermano Luis Sobrado, vicario general por aquellas fechas, salió a su encuentro en términos parecidos a estos: “Te habías ofrecido para África, cuyo nombre empieza y acaba por A, ¿qué tal si te enviamos a Asia, que también empieza y acaba por A?”. Tras seis meses de preparación en Davao (Filipinas) y otros seis de espera en la India para la obtención del visado de Bangladesh, el hermano Martí Enrich Figueras llegaba para integrarse en el proyecto marista Asia Misión Ad Gentes (AMAG) en aquel país.
Comunidad internacional
Hoy, integrado en una comunidad internacional (dos europeos, dos asiáticos, un africano y pronto un mexicano), reconoce que “ser los primeros hermanos maristas en Bangladesh no ha sido fácil”: nuevas lenguas (inglés y bangla), nuevo clima (tropical, “muy húmedo”), nueva cultura (tradiciones, mentalidad, comida, fiestas…), religión “muy muy en minoría”. Todo ello sin olvidar que “los hermanos venimos a la misión sin conocernos y de muy diversos países”, subraya.
El desembarco de los maristas, por otra parte, se produjo “sin tener una idea clara de cuál tenía que ser nuestra misión”, reconoce el hermano Martí, por lo que el proceso de discernimiento “ha supuesto mucho diálogo con la Iglesia local, las diversas congregaciones religiosas y entre nosotros”. Así, antes de emprender obras propias, colaboraron con distintas misiones en tres de las seis diócesis que había en el país a su llegada (ahora son ocho), y atendieron las llamadas que recibieron de varios obispos y el ofrecimiento de centros ya en funcionamiento.
Escuela para los niños del té
Finalmente, los religiosos optaron por “los niños y niñas tribales de las plantaciones de té, uno de los grupos más marginados en Bangladesh”. “Fueron traídos de 13 estados distintos de la India por los ingleses –explica nuestro protagonista–; no son bengalíes ni son musulmanes, como la inmensa mayoría de la población del país. Son en su mayoría hindúes, y unos pocos, cristianos. Viven en poblaciones separadas, dentro de las plantaciones de té, y ni siquiera poseen una vivienda. En sus poblados no hablan bangla, sino las distintas lenguas de sus tribus”.
Así, en enero de 2017, los hermanos maristas abrieron una escuela de secundaria con alumnos de unos 30 grupos étnicos (incluso entre el profesorado, ocho laicos y cinco religiosos, hay nueve lenguas maternas distintas), en la que más del 80% de ellos son hijos de trabajadores de las plantaciones de té. “En su mayoría son hindúes, seguidos de los cristianos, pero también tenemos bengalíes musulmanes. No queremos hacer una escuela gueto”, sostiene el hermano Martí.
“Por el momento, estamos contentos de cómo marcha todo”, confiesa satisfecho, aunque consciente de los “muchos retos” que tienen aún por delante: la malnutrición generalizada, la falta de formación de los padres, la pobreza de recursos en los hogares como consecuencia de los bajos salarios (un euro y 15 céntimos al día)… La misión sigue en marcha y más viva que nunca. También en noviembre, aunque ya no sea mes extraordinario.