Sacerdocio de Cristo y ministerio sacerdotal

Sacerdote-y-Anciana(Jacinto Núñez Regodón– Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca) Con motivo del Año Sacerdotal, muchos han vuelto su mirada a la Carta a los Hebreos (Heb), la única obra del Nuevo Testamento que habla de Cristo como sacerdote. Cabe preguntarse en qué medida un escrito que trata específicamente del sacerdocio de Cristo puede iluminar el ministerio sacerdotal. ¿Existe para Heb una relación directa entre lo uno y lo otro?

jacinto-nunezEn Heb 2,17-18 se encuentra un texto nuclear tanto para la estructura del escrito como para su desarrollo argumentativo. Se habla allí de Cristo como sumo sacerdote “misericordioso y fiel”. Estos dos adjetivos resumen el sentido del sacerdocio de Cristo. Misericordioso se dice con relación a los hombres, y fiel, con relación a Dios.

Al hablar de misericordia, el autor insiste en que Jesús se ha hecho semejante a nosotros “en todo, excepto en el pecado”. No se trata de una semejanza genérica: ese “todo” tiene carácter enfático, pues quiere poner de relieve que se ha hecho solidario también en los aspectos más dramáticos y difíciles del humano existir. Aunque no se explicita, al fondo laten las noticias, conocidas por las tradiciones evangélicas, que presentan el ministerio de Jesús al lado de los marginados y pecadores. Frente a los sacerdotes de la antigua alianza, Cristo no va a ejercer su mediación por un sistema de separación ritual, sino justamente al contrario: por la comunión en los sufrimientos de aquéllos “a los que no se avergüenza de llamar hermanos”.

Cristo es calificado también como sumo sacerdote “fiel”. Para A. Vanhoye, reconocido estudioso de la estructura y la teología de Heb, el adjetivo pistós tiene un sentido pasivo: Cristo ha sido hecho digno de fe en cuanto que ha sido acreditado por Dios y, por eso, nosotros podemos acercarnos a él confiadamente.

Aun reconociendo las razones a favor de esa interpretación, no puede negarse para pistós un sentido activo, que significaría que Cristo ha sido fiel al Padre. Esa fidelidad, que tuvo su prueba de fuego en la Pasión, ha adquirido la forma dramática de obediencia: “Aun siendo Hijo aprendió, sufriendo, a obedecer”.

El riquísimo texto de Heb 5, 7-8, en el que se dice que Cristo, “habiendo ofrecido súplicas, con gritos y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente”, es un calco de aquella tradición evangélica según la cual Jesús, en el curso de su oración, pasó de expresar su libertad ante el Padre (“pase de mi este cáliz”) a la ofrenda de la propia libertad en forma de obediencia (“pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”).

Misericordia y fidelidad no son dos actitudes independientes, sino a la manera de la sístole y la diástole de un mismo proceso. La solidaridad con los hermanos es la forma histórica de la fidelidad fontal de Jesús al Padre. Con la entrega de la propia vida hasta la muerte, Cristo se ha convertido, de una vez para siempre, en “sacerdote, víctima y altar”. Por la eficacia de aquel sacrificio, estas dos cualidades trascienden su realización histórica y han quedado incorporadas de manera permanente a la obra salvadora de Cristo. Por otra parte, misericordia y fidelidad no son dos aspectos más, entre otros, de los que nuestro autor se ha servido de forma acertada pero meramente coyuntural. Se trata de los dos elementos fundantes del misterio de Cristo. Hablar de Cristo como sacerdote es mucho más que un título. Se trata de una representación total de su misterio como mediador de Dios y los hombres.

“Guías” de la comunidad

Este dinamismo del misterio de Cristo sacerdote determina la comprensión y la praxis de la comunidad eclesial. De hecho, los últimos capítulos de Heb, dedicados a presentar algunas consecuencias del sacerdocio de Cristo, se ocupan de cuestiones fundamentales de la vida cristiana, articulada en torno a la tríada de la fe, la esperanza y la caridad. Es en ese contexto en el que el autor habla repetidamente de los “guías” de la comunidad, es decir, los que tienen el ministerio de la presidencia. De ellos se subrayan el anuncio de la palabra, el testimonio de la fe y el servicio de la caridad: “Se desviven por el bien de vuestras almas”.

Ni la comunidad en su conjunto ni menos aún ellos podían no sentirse interpelados por aquellas dos cualidades en torno a las que había sido presentado el misterio del Señor. De igual forma, parece razonable que sea en Cristo, sacerdote misericordioso y fiel, donde encuentren hoy los sacerdotes el modelo de su identidad más genuina.

En el nº 2.686 de Vida Nueva.

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