El próximo domingo 10 de noviembre volvemos a ser convocados a ejercer el derecho y la responsabilidad de votar “con libertad para promover el bien común” (‘Gaudium et spes’, 75).
Vivimos un momento delicado de la vida social, marcado por el crecimiento de la desigualdad con la cronificación y enquistamiento en nuestra sociedad de la exclusión y la precariedad vital; por el auge de mesianismos racistas y ultranacionalistas aquí y en toda Europa; por el deterioro de la vida de las personas inmigrantes o de las personas mayores; pero también por una demanda abrumadora de compromisos para avanzar en la igualdad de las mujeres y por la creciente concienciación ante los problemas medioambientales.
Los temas sin agenda
Sin la pretensión de abordar una extensa relación de temas sin agenda, centro mi atención en lo alejado que están de las maquinarias electorales aquellos que afectan a la vida de las trabajadoras y los trabajadores, en especial los más vulnerables, que deberían ser el objetivo principal de una acción política a la altura de la dignidad humana, como son: la pobreza y exclusión, el empleo insuficiente y precario; la insostenible deuda pública y privada, la orientación económica hacia el crecimiento que no resuelve la desigualdad entre sectores de la población, ni entre comunidades autónomas, ni atiende las necesidades de las personas; la débil solidaridad y cooperación internacional al tiempo que aumenta el gasto militar; y el fracaso de las políticas contra el calentamiento global basadas en la mercantilización del entorno.
El papel de los medios de comunicación social
Los medios de comunicación social, convertidos en actores principales de la vida pública, tienen la responsabilidad de transmitir la información adecuada para que las personas sean cada vez más conscientes de “la dignidad de su humanidad, más responsables, más abiertas a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles” (‘Redemptor hominis’, 15). Sin embargo, a menudo promueven una visión de las campañas electorales como una competencia descarnada por el poder, sin mayor vocación de servicio, sustituyendo el debate de ideas y propuestas por el espectáculo y el escándalo. Es deseable acabar con la práctica de insulto, la falacia y la crítica indiscriminada a la clase política, para no contribuir al envilecimiento de la vida social y al deterioro de la conciencia cívica. Lo que depende también del papel de cada persona y colectivo en las redes sociales y de los medios elegidos para informarnos.
Mayor participación y compromiso
Este periodo es una oportunidad extraordinaria para promover otra política, a través de un mayor grado de participación y compromiso personal que va más allá del voto. Incorporando la dimensión política a nuestras vidas podemos exigir que se atienda a las verdaderas necesidades del pueblo, buscando el bien común y priorizando a los más empobrecidos. FOESSA advirtió recientemente que las personas con bajos ingresos y las excluidas participan cada vez menos en los procesos electorales. Se está extendiendo un “precariado político” que no participa en los canales tradicionales de representación, lo que provoca que su voz desaparezca de los procesos electorales, la brecha se ensancha no solo en el plano social y económico, sino en el político.
Todos somos responsables de todos
Necesitamos apostar por una mayor democratización de las estructuras de poder y la transformación social en función del bien común. Para ello, hay que reconocer las propuestas que van en línea de favorecer y reforzar la presencia de los agentes sociales, de fomentar el asociacionismo y promover una ciudadanía activa, de tal forma que la solidaridad sea el estilo y el medio para la realización de una política que quiera mirar al verdadero desarrollo humano “por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. (‘Christifideles laici’, 42).