A finales de este año, unos meses después del universalmente admirado Leonardo da Vinci (1452-1519), se cumplen exactamente cinco siglos de la muerte en Palencia de Juan de Flandes (1465-1519), un excelente pintor hispano-flamenco, palentino de adopción, que dejó en la ciudad castellana sus realizaciones más valiosas, verdaderas obras maestras de la pintura de principios del siglo XVI. Mi intención es recordar aquí, con memoria agradecida, a este magnífico representante del Renacimiento español, que hizo de Castilla su patria y en ella plasmó sus mejores logros conocidos.
Desgraciadamente, no se le ha hecho justicia en fecha tan señalada. Ni siquiera se ha resaltado significativamente la efeméride en los centros de cultura. Pese a sus sobrados méritos, en una época en la que proliferan exposiciones de todo tipo, ¡no se le ha dedicado ni una sola muestra! ¿Por qué este silencio? Su originalidad y maestría, sin embargo, no pueden permanecer en la penumbra, ya que sus valores de religiosidad y belleza destacan de forma sobresaliente en el arte de nuestro Siglo de Oro.
Aunque sea de manera sencilla, este Pliego quiere contribuir al aprecio debido a nuestro pintor palentino, el más universal de todos, junto con su amigo el paredeño Pedro Berruguete. Su obra, además, testimonió algo muy valioso: puso su talento creador al servicio de la fe, como intentaré mostrar en estas páginas.
Apenas conocemos datos fehacientes de la mayor parte de la vida de Juan de Flandes, aunque su destacada obra le sitúa entre nosotros como un extranjero de imborrable memoria, que amó nuestra tierra, se encarnó en ella y dejó un legado inmortal.
Con toda seguridad nació en los Países Bajos, algo que ya queda reflejado en su nombre. Nada sabemos acerca de su formación y primer trabajo. Parece ser que conoció y admiró a Hans Memling y otros destacados pintores de la época, como Gerard David, que ejercieron no poca influencia sobre él. Desconocemos la actividad concreta mantenida en su patria de origen, aunque por la factura de sus obras se puede suponer que perteneció a la Escuela de Brujas, la encantadora ciudad belga en la que parece haberse detenido el tiempo para captar las distintas formas de belleza.
La posibilidad de un viaje a Italia en el séquito de Justo de Gante –y que allí conociera a Pedro Berruguete, quien le invitó a venir a España– no alcanza visos de certeza histórica, aunque explica de forma plausible su llegada hasta nosotros en un momento de gran auge económico y esplendor artístico en Castilla. Ocupó nada menos que el destacado puesto de pintor de cámara de Isabel la Católica, que tanto amó la cultura e hizo por su expansión. A su pincel se deben varios retratos (1500-1504) que conservamos de la reina; en el mejor de ellos, refleja incluso su psicología un tanto atormentada por los embates de la vida. Hay que mencionar el casi medio centenar de pequeñas tablas del ‘Políptico del Oratorio’ de la soberana, una especie de ‘Libro de Horas’ en tablillas, que la reina podía llevar en sus viajes como una especie de altar portátil.
Están documentados los años de su estancia en Castilla y León entre 1496 y 1519, donde realizó numerosas obras de impecable factura, que aquí tan solo podemos mencionar en un recuadro. Fuera de la corte, trabajó en Salamanca con encargos en la universidad y en la diócesis. Por las espléndidas obras realizadas en Palencia, podemos colegir que mantuvo un protagonismo muy especial en la Ciudad del Carrión.
Podemos llegar a conocer la fecha exacta de su fallecimiento: con seguridad tuvo que ser entre finales de octubre y principios de diciembre de 1519. El 21 de octubre, conforme a lo estipulado en el contrato, consta que su mujer recibió un pago a cuenta por parte del cabildo, quizá porque se encontraba ya gravemente enfermo. Y otro pago el 13 de diciembre, como heredera de sus bienes. De lo que se deduce que, en ese momento, el pintor ya había fallecido, dejando inacabado el trabajo asumido. Según el canónigo R. Revilla Vielva, murió el 6 de diciembre. Nos proporciona una información de Zarco del Valle, que es reproducida por J. J. Sánchez Cantón en el Archivo español de arte y arqueología. Fue enterrado debajo del púlpito de la iglesia de San Lázaro. No conocemos el nombre de su viuda, pero sí el de su hijo, Pedro de Flandes, que ejerció el oficio de entallador, trabajando en el púlpito del trascoro de la catedral. En las actas capitulares de 1554, figura el nombre de Baltasar de Flandes como hijo de Pedro.
Asentado definitivamente en Palencia los últimos años de su vida (1509-1519), realizó en el ámbito de la ciudad sus dos mejores retablos: el de la catedral y el de la iglesia de San Lázaro, dejando aquí su herencia más valiosa entre las numerosas obras pintadas en Castilla, que alcanzan un alto grado de perfección en otros dos retablos: el de ‘La adoración de los Magos’, en la parroquia de Cervera de Pisuerga; y el de San Miguel, del Museo Catedralicio de Salamanca. Desgraciadamente, del retablo de San Lázaro no queda nada en el lugar para el que fueron creadas sus pinturas. La caída de la bóveda de la iglesia tuvo como consecuencia la fatal dispersión de sus ocho tablas. El retablo de la catedral, aunque incompleto, sí conserva la mayoría de ellas en su marco original, doce en total, que reflejan momentos claves de la vida de Cristo. (…)
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Índice del Pliego
I. VIDA Y OBRA DE JUAN DE FLANDES
- Datos de su vida y muerte en Palencia
- Sus obras más valiosas
- Su obra cumbre: el retablo del altar mayor de la catedral
- La predela del retablo mayor
II. LA SEPULTURA DE JESÚS: UNA INTERPRETACIÓN BÍBLICA
- Descripción panorámica
- Las personas con sus miradas
- Las miradas de Juan de Flandes y del Deuteroisaías
- Las miradas de los otros personajes
- Los animales
III. SIGNIFICACIÓN
El legado pictórico de Juan de Flandes
El Cuarto Canto del Siervo de Yahvé del Deuteroisaías
‘La Crucifixión’, otra composición “perfecta”