Hemos aprendido a protestar por distintas vías. Algunos usando los canales más institucionales, las redes sociales, la calle, nuestro círculo familiar. Hay una tendencia de alter-activistas caracterizados por la búsqueda de coherencia con los valores individuales. El alter-activismo, de acuerdo a Geofer Pleyers “se expresa tanto en el espacio público como en la vida cotidiana, en el modo de pensar, de vestirse, de comer, de relacionarse con los demás. Establecen no solamente otras formas de hacer la política, sino también de trabajar, de producir y de consumir, frente a aquellas de las élites políticas y económicas”. [1]
En los últimos años hemos atestiguado el surgimiento de movimientos sociales que han elevado al máximo la protesta derrocando regímenes, cuestionando políticas y denunciando injusticias en cada rincón del mundo. Desde el Movimiento Verde en Irán, pasando por la Revolución de la Dignidad en Irán, siguiendo con Yo soy 132 en México hasta llegar a nuestros días. Expresiones por todos lados: Ecuador, Chile, Bolivia, ahora Colombia. Cada movimiento tiene su propio caldo de cultivo -indudablemente- pero surge la pregunta: ¿qué hay detrás de estas protestas?
Los chilenos descontentos con los resultados de su régimen neoliberal luchan por la educación, pero también por unas pensiones decentes, por un salario mínimo digno, por el derecho al aborto, por el fin del sistema opresivo. Los indígenas ecuatorianos, se manifiestan contra los ajustes económicos del presidente Lenin Moreno. Los bolivianos han protestado contra el poder perpetuo y la transparencia del sistema electoral. Los colombianos protestan por la reforma laboral, pero también por las muertes de los líderes indígenas y sociales. Sería muy aventurado establecer comparaciones, apenas estamos procesando la velocidad con que estos movimientos se han decantado.
Todas estas protestas sí tienen algo en común, buscan ser escuchadas, contienen una crítica radical de la clase política, se alejan de las formas tradicionales de representación como los partidos políticos o las organizaciones de la sociedad civil y exigen coherencia personal, antes que ideología y discurso. Como la época de Jesús cuando se ejercía el poder romano, la multitud estaba cansada de aquel contexto, según Pagola “no era extraño que los designados se preocupen más de perpetuarse en el poder que de servir al pueblo: distribuyen los cargos más lucrativos entre sus familias, ejercen un fuerte control de las deudas. Lo que más irrita es probablemente su vida lujosa a costa de la gente de campo”. [2]
Las raíces de la injusticia
En medio de este ambiente aparece Jesús un hombre coherente con su misión y sus ideales hasta el final. En medio de la situación, la Iglesia también ha elevado su voz haciendo un llamamiento a entender las raíces de la injusticia que generan resultados no deseados para todos. El Episcopado Chileno en relación a la realidad de Chile, decía el pasado 24 de octubre: “comprender el profundo malestar de personas y familias que se ven afectadas por injustas desigualdades, por decisiones arbitrarias que les afectan en su vida diaria y por prácticas cotidianas que consideran abusivas, porque lesionan especialmente a los grupos más vulnerables”. Junto con condenar la violencia, dijimos también que “tenemos que hacernos cargo de entender las raíces de esa violencia y trabajar con urgencia para prevenirla, detenerla y generar formas pacíficas de hacerse cargo de los conflictos”. [3]
Quizá en silencio, quizá en las calles, quizá desde nuestra desobediencia civil, muchos estemos protestando por la banalización de los discursos políticos, por la desigualdad, por la inacabada realización de los derechos, por la violencia desatada a lo largo del continente, por la corrupción de las clases políticas, por la privatización de los bienes públicos y comunes, esa protesta también es auto interpelación a nuestras formas de proceder. El temor de que se desate la violencia y la represión no puede cerrar la posibilidad de escuchar el clamor y las exigencias de quienes toman las calles, y más aún el deber cristiano de transformar; en el corazón de la protesta está también la esperanza de una vida digna para todos, de construir una sociedad que necesita del perdón y la esperanza.
[1] Movimientos sociales en el Siglo XXI, CLACSO, 2018, P. 17
[2] Jesús Aproximación Histórica, p. 372- 373, 2015, PPC
[3] Declaración del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, “Levantarnos de la mano de la justicia y el diálogo”, 24 octubre 2019