Este 18 de diciembre el calendario de días internacionales de la Organización de Naciones Unidas (ONU) indica el Día Internacional del Migrante. Hay un ángulo de la migración que es poco visible y es al que quiero referirme. En el Informe sobre las migraciones en el mundo 2020, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) se ha destacado en el capítulo 10 “Migrantes atrapados en situaciones de crisis: Contextos, respuestas e innovación”, las múltiples vulnerabilidades de las personas que abandonan sus países de origen para terminar atrapadas en situaciones de crisis que ponen en peligro su seguridad y frustran sus posibilidades de prosperar. El Informe de la OIM señala que los migrantes pueden tener dificultades particulares para acceder a la protección y el apoyo, especialmente si sus redes sociales son limitadas en una tierra y una cultura que no es la suya.
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Dependiendo de las circunstancias, muchos otros factores pueden terminar agravando el estado en que se encuentran y reducen la capacidad de hacer frente a las situaciones de crisis. De esta manera, podemos ver las múltiples causas de vulnerabilidad que la condición de migrante da a una persona. Esto se vio muy claramente en Libia, durante el conflicto que estalló en 2011. Se estima que al principio de la guerra civil vivían en el país entre 1,5 millones y 3 millones de migrantes, en su mayoría del África Subsahariana. Debido a la falta de planes de contingencia para los migrantes, muy pocos pudieron acceder a los servicios prestados por las autoridades libias o de sus países de origen cuando el conflicto escaló. Ante esta situación los países vecinos abrieron prontamente las fronteras a los migrantes que huían de Libia. [1]
El caso de Libia ejemplifica que muchas personas migrantes son invisibles para los registros públicos de los países en tránsito y destino, por lo que ante una situación de emergencia la ayuda es posible que nunca llegue. Recuerdo haber visto hace algunos años ¿Quién es Dayani Cristal?, un documental en el que el activista mexicano Gael García Bernal narra el desenlace mortal de un migrante hondureño, desde su casa hasta el lugar de su muerte en el desierto de Arizona. Hoy es vigente aquel título ¿Quién es Pedro?; ¿Quién es Xiomara?, ¿Quién es María?. No hay respuesta para muchas madres centroamericanas de la Caravana que concluyó apenas hace algunas semanas.
No es casualidad que el caso de las desapariciones de personas migrantes esté siendo documentado por la OIM hace varios años a través del proyecto Missing Migrants. Tampoco debe negarse que la inseguridad y la violencia son factores de vulnerabilidad para locales y extranjeros. En el tránsito por México miles de migrantes son víctimas de actos de violencia que lesionan su integridad física y su dignidad, ocasionando graves consecuencias como lesiones, muerte o desaparición como ocurrió con la masacre de San Fernando en 2010, hechos que deben ser parte de nuestra memoria histórica.
Los países de origen suelen responder a las necesidades de sus conacionales atrapados en situaciones de crisis en el extranjero mediante la asistencia consular. Sin embargo, en la práctica la capacidad de los Estados está excedida, y depende de los recursos y medios disposibles (generalmente pocos), y principalmente de la voluntad política de acudir al auxilio. Generalmente, quienes tienen la voluntad son siempre las organizaciones y redes humanitarias de la sociedad civil, formadas por ciudadanas y ciudadanos que pretenden estar a la altura del grito de auxilio de quienes buscan una mejor vida, de quienes preguntan por sus desaparecidos, de quienes han perdido a sus más queridos. Este año las cifras fatales de migrantes que han perdido la vida (3,160 registradas en todo el mundo) nos invitan a una pausa reflexiva que nos permita tomar impulso y no dejar morir la esperanza.
[1] Migrantes atrapados en situaciones de crisis: Contextos, respuestas e innovación, p. 277