He podido observar que la alegría que se adjudica al pueblo mexicano está presente en todas sus regiones, en sus más diversas comunidades y en todo estrato social. Pero es algo sorprendente vivir esa alegría en relación con el servicio apostólico en las comunidades rurales.
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Una tarde, viajamos a una población enclavada en la sierra de Puebla que colinda con Veracruz; región de costumbres muy particulares y conservadas a lo largo de muchos años. Son comunidades en donde la gente se gana la vida trabajando muy duro, generalmente, en labores del campo. Se trata de personas muy sencillas, acostumbradas a sobrevivir con poco y hacer rendir lo que tienen. Nuestro grupo fue recibido en la orilla del pueblo con música y coloridos danzantes. Después de darnos la bienvenida y colocarnos collares compuestos de flores, pan y artesanías, entramos a la población por su calle principal, al frente de una columna de casi un centenar de personas, en procesión con el sacerdote, los danzantes, los mayordomos, el santo patrono del pueblo, la música, cohetes y cantos. Entramos al templo y la Santa Misa mantuvo el ambiente festivo y respetuoso de las tradiciones.
Al finalizar la Eucaristía, nos esperaba un banquete en el atrio del templo, preparado por la comunidad para todos los que participábamos de este encuentro fraterno. Reflexionando sobre el origen de la alegría que esa comunidad manifestaba al recibir a personas que apenas conocían, encuentro que su alegría estaba alentada por sentir que recibían a enviados del Señor Jesús: “En verdad les digo: el que reciba al que yo envíe, a mí me recibe, y el que me reciba a mí, recibe al que me ha enviado” Jn 13,20. Dichosos quienes pueden encontrar la presencia de Jesús en sus hermanos, pues tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Bendita gente humilde que tanto tiene que enseñarnos.
El gozo que trae paz a nuestros corazones
Tuve la oportunidad de escabullirme al patio trasero de la casa parroquial, en donde se encontraban las mujeres que preparaban la cena. Allí contemplé las grandes tinas con mole, pollo y arroz, también observé el comal en que tres mujeres preparaban las tortillas de maíz recién molido. Pero lo inolvidable es su sonrisa, la alegría con la que trabajaban. La abuelita que cocinó el mole, se mostraba encantada de servirlo en las cazuelas de barro que le pasaban. Las señoras que preparaban las tortillas, me invitaron a hacer un par de ellas, mientras se reían de mi poca destreza. Integrantes de diversos apostolados, se mostraban diligentes y felices de ayudar llevando los platos servidos a las mesas de los invitados; todo allí en el traspatio transmitía felicidad. Y aprendí una importante lección: el servicio auténtico, se ofrece con alegría.
Y es que no tiene sentido ofrecer hospitalidad, regalar un pan o hacer un servicio comunitario, si la actitud no es de gozo por lo que se hace. Esto también aplica al interior de la familia, en donde constantemente unos con otros nos donamos y ofrecemos nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, paciencia y solidaridad. La donación generosa, es siempre alegre.
Ciertamente, tanto en nuestra vida de apostolado como en nuestra vida familiar, con frecuencia pasamos situaciones angustiantes, enfados, momentos de tristeza y hasta de desesperación. Pero en nuestro interior, será importante mantener presente que somos amados hasta el extremo por un Dios Misericordioso y obtener de ello la fortaleza para afrontar y superar esas situaciones temporales, entregando nuestro servicio a la comunidad o al interior de la familia, con mucha alegría.
El Santo Padre nos ha regalado mensajes muy importante en este sentido, cuando nos ha escrito sobre la ‘Alegría del Evangelio’, ‘La Alegría del Amor’, ‘Alégrense y Regocíjense’ e incluso el alegre anuncio ‘Cristo Vive’.
En estas fechas en que la alegría parece poder comprarse en las tiendas departamentales, vale la pena analizar cuál es el tipo de alegría que nos conviene adquirir. Es posible que el poseer bienes nos alegre temporalmente, pero tenemos una invitación para ir por la alegría que no se agota, la alegría que crece conforme se comparte, esa que permanece como una fortaleza cuando todo parece derrumbarse, esa que sabe sacar provecho de las adversidades e incluso de los errores.
Hagamos votos por que el gozo que trae paz a nuestros corazones sea el que disfrutemos durante estas fiestas y que sepamos conservarlo todo el año.