Diez y media de la noche de un jueves en la puerta de un moderno edificio del popular barrio malagueño de Huelin. Alrededor de 120 jóvenes, de entre 13 y 25 años, llenan de corrillos las zonas aledañas. Cualquiera pensaría que el edificio es un local de ocio juvenil, un centro de bachillerato nocturno o una academia de idiomas; pero lo cierto es que es un centro parroquial anejo al templo de San Patricio, en el que acaban de terminar las celebraciones de la Palabra que han tenido lugar en hasta cuatro o cinco salones de forma simultánea.
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Son jóvenes que están realizando la iniciación cristiana postbautismal que desarrolla el Camino Neocatecumenal. El contacto con la Palabra de Dios compartido en pequeñas comunidades es una de las patas de este itinerario, en el que cada grupo se organiza de forma autónoma, en comunión con el párroco y los equipos de catequistas. La tarde anterior, algunos de estos jóvenes se han reunido en casa de alguno de ellos, han celebrado una preparación en la que han estudiado la Biblia, han elegido las lecturas relacionadas con un tema, los cantos, las moniciones, etc.
Animar a los hermanos
Un poco antes de la celebración, ese grupo ha arreglado el salón, ha comprado flores para adornarlo y ha recibido al resto de la comunidad. El (o la) responsable es uno de ellos y se encarga de llevar la liturgia de la Palabra en ausencia del presbítero. Anima a los hermanos a poner en común el fruto de esa palabra en el corazón de cada uno y dirige la oración comunitaria. Es el encargado, asimismo, de organizar la convivencia mensual en alguna casa de ejercicios o lugar de retiros y la Eucaristía semanal, para la que, ahora sí o sí, necesitan un ministro ordenado.
He puesto el ejemplo llamativo de los jóvenes de mi parroquia, pero es lo que vienen viviendo las comunidades más mayores desde hace 50 años. Entre sus miembros: albañiles, amas de casa, profesoras de universidad, jubilados… Fieles laicos de la más diversa índole o nivel sociocultural que viven su vocación bautismal siendo misioneros en sus ambientes, conscientes de su llamada a la santidad, ejerciendo su responsabilidad laical en sus parroquias y comprometidos en la transformación del mundo.
No es un invento del, por cierto, también laico, Kiko Argüello. Lo que viven estas comunidades no es más que la consecuencia lógica de un redescubrimiento del bautismo (mediante el catecumenado) por el que los seglares son “integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo”.