Cuando se avecina Navidad no es más familiar esta palabra que la palabra Adviento. Inmediatamente pensamos en los regalos, las fiestas, las familias, los que se han ido, los que están lejos, Papá Noel. Dedicamos mucho tiempo a esto, que no está mal pero, olvidamos el porqué de todo esto: el Nacimiento de Dios.
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Es muy grande la celebración de Navidad; los invito a seguir este hilo de pensamiento: Dios creó el Universo con un exquisito estilo y funcionamiento, que nos lleva a admirarlo en el derroche de expresiones en las plantas, animales, paisajes, razas e inteligencias humanas. Ese Dios creador se comunicó con sus seres creados con palabras de misericordia, y se hizo hombre en Jesucristo, necesitando de una mujer, María, a quien le pidió permiso para engendrarse en su seno. Dios, en Jesús, nace hombre entre los hombres del modo más sencillo, en un pesebre.
En estos pocos renglones les conté lo que a mí me conmueve de la Navidad. El buen Dios nos propone un tiempo para meditar este misterio, el tiempo que la Iglesia llama Adviento y dura cuatro semanas antes del nacimiento de Jesús.
Siempre intentamos que esta conmemoración sea una fiesta, y aún, aquellos que son de otras religiones, que no creen en Dios y los que creen en el comercio, se valen de ella para celebrar, pasear, estar en familia.
Aquella noche
Lo que pasaron Jesús, María y José en la primera Navidad no fue precisamente una Noche Buena. Lo que románticamente miramos en un pesebre no fue más que una cueva de animales. Lo que nosotros vivimos como encuentro y calor de familia fue un momento de soledad y desamparo para María y para José.
Imaginemos a María embarazada, quien fiel a su esposo tienen que marchar, a pie o en burro, a un pueblo distante a un censo. Ese pueblo estaba lleno de gente, y obviamente no había lugar no sólo para ellos, sino también para otros.
Finalmente, aparece esta posadera que les ofrece lo que tiene, un lugar en el fondo de la casa donde hay animales (que comen y descomen en ese lugar). Allí lejos de sus afectos, de seguridades humanas, esta joven pareja recibe a su hijo que nada más y nada menos que Dios. Pasaron una verdadera noche mala, noche mala que se convirtió en noche buena por la fe puesta en Dios, por la esperanza de que Él proveería lo que necesitaran (no lo que pidieran) y por la caridad mutua que tuvieron, aún en la posadera que se animó a estirar el alero de su casa y decir ¡algo vamos a hacer! Y lo hizo!
Invito en este tiempo de espera de la llegada de Jesús a pensar en las personas de la primera Navidad, en sus penas, alegrías, necesidades, angustias. Todas situaciones que las pusieron en manos de Dios y lograron transformar la noche mala en Noche Buena.
También nosotros tenemos noches malas, a veces constantemente. Pongamos una y otra vez nuestros problemas y logros en manos de Jesús, María y José, llevémoslas al pesebre, hagamos fiesta con ellos. Después pensemos en Papá Noel, y sus regalos que no serán tan importantes.
¡Sigamos transitando este bendecido Adviento!
¡Feliz nacimiento de Dios! ¡Feliz Nochebuena!