La idea de Navidad, después de 2000 años continúa todavía vigente irrumpiendo en distintas esferas de la vida pública y privada. Todavía para la familia, sea como esté conformada, representa una oportunidad para convivir y unirse en torno a una hecho que llama nuestra atención. Lo que sostiene a los gestos de cariño, la alegría y los detalles, es la Navidad que llega a la gran mayoría de hogares como un recuerdo del nacimiento de Jesús, el mesías.
El peregrinaje a Belén de José y María había sido provocado por orden del emperador César Augusto, quien solicitaba que todos los habitantes de aquella región tenían que inscribirse en el censo. José y María, no eran los únicos que buscaban un lugar. Seguramente lo hacían cientos de viajeros en la misma circunstancia. Las posadas estaban llenas, no quedaba lugar para ellos.
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¿Por qué el Belén suscita tanto asombro y nos conmueve?, escribe el papa Francisco en la Carta Apostólica ‘Admirabile Signum’ que “en primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado”.
“Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado” (Lc 2,15), prosigue la reflexión del papa Francisco. “Así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece”. En la búsqueda de lo esencial, resulta bastante probable perdernos en la fastuosidad de lo tangible. No son los regalos, no es el banquete, no es el vino, no es la fiesta, lo que nos hace recibir al niño Jesús; es la disponibilidad de nuestro corazón para recibir el misterio de la encarnación: “ un niño ha nacido” (Is, 9:5).
Desde que tengo memoria, recuerdo haber tenido en casa un nacimiento inmenso que se agrandaba año con año con nuevas figuritas de barro que compraba en el mercado de mi pueblo natal. El momento de gran emoción de cada año era que nuevas escenas pudieran recrear Belén, el pequeño poblado donde nació Jesús. A veces resultaba difícil encontrar lugar para un nuevo personaje, tenía que pensar cómo recrear y darle un sentido a la escena. Con el tiempo, la tradición fue quedando atrás, no logré mudarme con más de 200 figuras a una nueva tierra. Pero siempre me acompañará el recuerdo de infancia que forjó mi fe y la sostiene en todo momento. Más tarde entendí que el Belén debe recrearse día con día para arropar a quienes carecen de sentido, de luz, de esperanza, de quienes buscan un lugar en nuestras ciudades y en nuestros corazones.
El Belén de siempre, se queda para ser un recurso que educa nuestra fe, nuestro compromiso es transmitir el sentido que nos permite encontrarnos en torno a Jesús y ese lugar que contiene el misterio de la Navidad.