Estas Navidades me topé en el metro de Madrid con un anuncio que me llamó la atención. Sobre un fondo negro se veía el rostro de una mujer con los ojos cerrados, y, a su lado, una palabra escrita en grandes caracteres blancos: “Aleluya”. En la parte baja del anuncio había otras palabras, mucho más pequeñas. Me acerqué a ver qué decían, y enseguida apareció un término: “Succionador”. No me hizo falta seguir leyendo; se trataba de un anuncio de lo que, según parece, ha sido uno de los regalos estrella de estas fiestas: un “juguete sexual” cuya función es succionar el clítoris y producir así placer.
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Dejando ahora aparte la consideración moral que merezca semejante artefacto y el uso para el que está pensado, el anuncio me hizo considerar la relación entre el sexo y “lo divino”. Según las películas, no es rara la asociación del orgasmo y la “invocación” de Dios. Por otra parte, y dado que el orgasmo o clímax produce una sensación de profunda liberación y bienestar, por la descarga de la tensión sexual acumulada y la liberación de ciertas sustancias –como las endorfinas–, no sería difícil catalogar esos instantes como una especie de “experiencia límite” semejante a aquellas de las que hablan –salvando todas las distancias– los filósofos y estudiosos de la religión. No en vano se ha denominado al orgasmo y su período refractario posterior como la ‘petite mort’, la “pequeña muerte” o “muerte dulce”.
No hacen falta muchos conocimientos para que, si se ponen juntos el sexo y la Biblia, venga inmediatamente a la cabeza el Cantar de los Cantares, un libro bíblico con evidentes alusiones sexuales y sensuales. Tanto que tuvo grandes dificultades para entrar en el canon de las Escrituras. Sin embargo, para el Rabí Aqiba (aprox. 50-135 d. C.), “el mundo entero no es digno del día en el que fue dado a Israel el Cantar de los Cantares, ya que todos los Escritos son santos, pero el Cantar de los Cantares es santísimo” (Misná, ‘Yadayim’ 3,5). Claro que el viejo maestro Aqiba interpretaba la relación entre los amantes del Cantar simbólicamente, como las de Dios con su pueblo. Por eso el Cantar se convertirá en un buen modelo para la literatura mística (piénsese en san Juan de la Cruz y su ‘Cántico espiritual’).
“Porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; sus dardos son dardos de fuego, llamaradas divinas” (Cant 8,6).