La Iglesia del futuro es la Iglesia de la sinodalidad, de vocaciones que se encuentran para construir rincones vivibles en el mundo. Hoy la mayoría de la Iglesia son mujeres, se calcula que entre un 70 y un 80% dependiendo de los lugares, si contamos religiosas y laicas. No contar con las mujeres es un grave problema para la Iglesia, no solo por una cuestión numérica, sino porque se debilita la creatividad y la mirada que ahora mismo necesita la Iglesia para afrontar una reforma en profundidad.
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Una mirada que, sin las mujeres, solo por su condición de ser mujeres (y no hablo ahora de sus capacidades y habilidades), pues el mundo nos hace mirar diferente, quedaría reducida a una visión pequeña de la realidad, muy alejada de la cotidianeidad y la vida concreta. Una creatividad que quedaría drásticamente mermada, pues las mujeres están muy acostumbradas a estar constantemente readaptándose y creando nuevas vías de consecución de las cosas, en un mundo que les dificulta frecuentemente crecer como personas y como profesionales.
Debemos preguntarnos “qué” mujeres queremos. Mujeres que digan sí a todo, que no tengan ideas, que no sean adultas en la fe y esperen a que les digamos qué hacer, mujeres que no se sientan capaces de intervenir en la vida de la comunidad cristiana como líderes de la misma… o queremos mujeres que se sientan capaces de hacer nuevas propuestas a su comunidad y liderar esos procesos, mujeres que tienen una vida espiritual propia que comparten con otros y otras, mujeres que se atreven con ideas nuevas y las llevan a cabo en la comunidad cristiana…
Las mujeres no solo hablamos de mujeres. Como cualquier persona, nos interesan unos temas de Iglesia (y de Dios) más que otros. Si deseamos caminar en sinodalidad debemos hacer el esfuerzo (y el ejercicio de humildad) de dejar espacio para que aquellas mujeres expertas participen en distintos ámbitos de la Iglesia desde la teología, la pastoral, la evangelización o la organización de la Iglesia