Ante la constante pregunta de los amigos de Haití sobre “¿cómo está el país ahora, después de diez años del terremoto?”, decidí escribir este testimonio inspirado en mi última visita a mi tierra natal. De verás ha sido difícil contestar a la pregunta anterior, pues me duele ver que, después de todo este tiempo de “reconstrucción de Haití”, no se percibe gran cambio, sino un empeoramiento de las estructuras socioeconómicas y estatales.
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No es un secreto para nadie que los desastres naturales son frecuentes en el país caribeño; sin embargo, el terremoto del 12 de enero de 2010 fue un golpe fatal, un calvario para un pueblo ya tan sufrido. Este acontecimiento natural ha dado cabida a la creación de multitudes de ONG y de “comités de relevo” para reconstruir el país y aliviar la situación precaria de los haitianos. En mi opinión, la situación progresa de mal en peor en el Haití. No podemos olvidar el panorama de la tiendas o carpas en plena calle de Puerto Príncipe y en todo el país. Diez años después, ya casi no se ven estas carpas temporales; tampoco se ve a las organizaciones humanitarias en acción después de recibir las supuestas ayudas internacionales para el bien del pueblo. ¡Eso duele!
He dicho que casi no se ven las carpas, pero no porque se solucionara el problema por un programa de “casas para todos”. ¡No! Solo hay un desplazamiento territorial de la vivencia infrahumana de las víctimas del terremoto después de más de diez años. Les invito a visitar dónde acampan hoy los refugiados del terremoto en Haití, en las afueras de Puerto Príncipe. Este lugar se llama Coraille o Koray. Para llegar allí, te toca un ajetreo en medio de trancones causados por los tap-taps de Carrefour Aeropuerto, Delmas o Carrefour Marasa, además de saber sortear la tensión de una ciudad sin abasto de combustibles. Allá viven, en medio de los más pobres, un grupo de mujeres consagradas de toda América Latina, acompañadas de algunas haitianas y voluntarios de Colombia, Francia, Brasil e Italia.
Corrupción de la élite
Por no hablar de la situación social del resto del país, que prácticamente es la misma, según los testimonios de los misioneros. El panorama en general nos ofrece un montón de pequeñas ciudades donde se amontonan en las vías públicas colinas de basuras y de desechos plásticos. La capital, Puerto Príncipe, no es más que agujeros sin canalización ni aseo público y construcciones de cemento no concluidos. El pueblo está de rodillas ante una miseria aguda que no importa a sus líderes, que viven en un oasis llamado Petion-Ville.
Hablando de los dirigentes, parecería que todos son sordos, ciegos y mudos. Nos preguntamos: ¿cómo puede ser que los políticos haitianos sigan peleando por salarios monstruosos y puestos de poder, ignorando así los sufrimientos de su pueblo? En efecto, Haití, la política en Haití, sigue siendo la manipulación del pueblo ignorante por muchas promesas y lindos discursos que lo hipnotizan y le impidan aprender la lección a lo largo de su historia. ¡Sí, eso duele!
Fuerte represión
Este testimonio un poco pesimista sobre Haití puede llevar a cualquiera a preguntarse: ¿no es un haitiano que opina eso? Y, ¿qué hay de los soñadores haitianos? ¿Por qué no luchan para cambiar la situación? A las preguntas anteriores, respondo que sí existen todavía en Haití grandes soñadores y patriotas que quieren un cambio positivo para el pueblo. Sin embargo, son maltratados y excluidos por un grupos corruptos y poderosos que no hacen más que multiplicar las ONG y sobornar a sus simpatizantes para mantener el país bloqueado.
Es una situación sin sentido que se puede entender solo siendo ilógico. Diez años después del terremoto, Haití sigue siendo un país de “sin sentido” y de protestas políticas infinitas, acompañadas de actos de violencias, pidiendo la dimisión del actual presidente, Jovenel Moïse.
Una voz profética
Si se pregunta por la misión de la Iglesia en Haití, respondo que me parecería todavía una presencia eclesial profética, pero estancada frente a la realidad tan compleja del país. En efecto, para el pueblo haitiano, la presencia de la Iglesia católica en medio de él, en esta hora de incertidumbres, representa una respuesta coherente al llamado del Evangelio. Es el signo de una presencia activa en camino hacia y con los más sufridos para brindarles la alegría de las bodas de Caná. Basta referirnos al último comunicado de la Conferencia de los Obispo Haitianos para entender la situación actual.
A fin de cuentas, no quiero ser cómplice de la crucifixión de mi pueblo sin levantar la voz diciendo que ¡eso duele a Haití! ¡Basta de peleas entre haitianos! Es tiempo de un acuerdo nacional para, al fin, emprender el verdadero camino de reconstrucción para el bien de todos los haitianos.