La última semana vivimos dos acontecimientos que podrían no estar relacionados pero que tienen mucho que ver. En espacio aéreo iraní, un avión comercial es derribado al ser confundido con un misil. Esto fue por un error humano de las Fuerzas Armadas iraníes que costó 176 vidas. Ucrania, Canadá, los países de las víctimas piden justicia y una explicación. Del otro lado del mundo, en México, el viernes, se viralizó la noticia que conmocionó a la sociedad coahuilense. Un niño de 11 años dispara a fuego abierto a sus compañeros, mata a su maestra y luego se suicida. La sociedad exige una explicación.
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Estamos en lo individual y colectivo expuestos a una espiral de violencia que en muchos rincones supera los índices tolerados. Los videojuegos son solamente una expresión de lo que ocurre a micro y macro escala. En ambas situaciones, el criterio y juicio para tomar una decisión duró probablemente menos de 20 segundos. ¿Derribar o no?; ¿disparar o no?. De acuerdo con la neurociencia nuestro cerebro toma decisiones súbitas cuando se trata de defenderse de una amenaza. Algunos aseguran que es 7 segundos antes que seamos conscientes de la decisión, que cerebro ya lo ha hecho por su cuenta sin que nos enteremos. Hay otros que consideran que es entre 200 y 300 milisegundos antes de que seamos conscientes de ello. Esta toma de decisiones se da con base al “historial” congénito y socialmente adquirido.
Acontecimientos tan desconcertantes como el multihomicidio de un niño de 11 años o como el de un general del ejército que derribó un misil, nos dejan ver que la racionalidad o causalidad de este tipo de hechos, no siempre es fácil de identificar. Por eso se prefiere llamarle “falla humana” o “error humano”. Esa falla o error, sigue perpetuándose, se vuelve reiterativo y no es individual. Desafortunadamente se ha convertido en una “decisión colectiva”. Esto es, la defensa de la libertad individual añade nuevos filtros a la toma de decisiones que terminan por limitar los derechos más fundamentales de otros individuos y comunidades tales como “la vida”, “la seguridad”, “la integridad física”, “la dignidad”, se vuelve un círculo de nunca acabar. A raíz de ambos acontecimientos, el foco del debate se desplaza a preguntarnos para el caso del avión ¿fue por la tensión Teherán- Washington, que disparó el nivel de alerta?. Para el caso del niño de Torreón ¿cómo consiguió esas armas?; ¿cuál fue la función de la escuela, de su familia y de su comunidad para prevenir una tragedia de esta magnitud?
No hay explicación que sacie nuestra ansia de racionalidad. Ya sabemos que hay cientos de discusiones abiertas respecto al uso de armas. Sin importar si es una pistola o un misil, al final son armas. ¿Qué decisiones tomaremos ahora para no perdernos en discusiones que no reduzcan la posibilidad de perder más vidas?