Tribuna

A propósito del libro del cardenal Sarah: Tiempo de renuncias

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“Yo soy un soldado que vigila la reserva de oro. ¿Usted cree que cumpliría con mi deber discutiendo, abandonando mi puesto, haciendo la vista gorda? Hijo mío, ¡75 años son 75 años! Yo los viví defendiendo ciertos principios y ciertas leyes. Si usted le dice al viejo soldado que las leyes van a cambiar, es obvio que como viejo soldado él hará todo lo posible para evitar que cambien […]”. Son palabras del cardenal Ottaviani, en una entrevista concedida a Corriere della Sera en 1965. Fue el líder de los cardenales conservadores durante el Concilio Vaticano II y mostró su oposición a muchos temas que allí se trataron. Se lo hizo pasar mal a Juan XXIII porque veía peligro en todos los cambios que proponía.



La que está cayendo estos días en el Vaticano –y en toda la Iglesia– a propósito de la manipulación a la que ha sido sometido Benedicto XVI por el cardenal Sarah con la publicación del libro ‘Desde lo profundo de nuestros corazones’, me ha hecho pensar en que se han abierto muchos interrogantes y no se sabe si habrá respuesta. ¿Se tomarán medidas en caso de que haya sido vulnerada la Ley de Protección de Datos, al hacer públicas el cardenal unas “supuestas” cartas del papa emérito? ¿Por qué el equipo de información del Vaticano se apresuró justificar el pensamiento de Benedicto XVI, reflejando la desinformación interna? ¿Es capaz Benedicto XVI de escribir por sí mismo esas cartas en un ordenador?

También se ha abierto un horizonte de reflexión pensando en el futuro: ¿El título de emérito para un papa? ¿Seguir utilizando los mismos símbolos (sotana blanca, anillo…)? ¿Vivir en el Vaticano? ¿Quién está al tanto de quién revolotea alrededor del emérito siendo este tan mayor?

Y el celibato de fondo. Me parece que nos hemos quedado con el papel del regalo y no hemos visto lo que esconde. Según publicó Le Figaro, sacado del libro, de la figura del sacerdote se dice que: “Debe ser una persona llena de rectitud, vigilante, que se mantenga erguido. Luego está la necesidad de servir”. Sugiere una figura del sacerdocio muy alejada del evangelio. A mí me cuesta asimilarla. Creo que el sacerdocio que presenta el libro es el gran peligro, porque arrastra a la Iglesia.

El cardenal Robert Sarah, acompañado del obispo de Córdoba Demetrio Fernández, en su viaje a

Estamos en tiempo de renuncias. Hay que renunciar a caer en la tentación de salir corriendo y dejar que las guerras internas desangren a la Iglesia; hay que renunciar a estar callados y no hacer ver todo el bien que la Iglesia ha hecho (y que no sabe vender); hay que renunciar al miedo a hablar porque eso va contra la unidad de la Iglesia. ¡No! Contra la unidad va la mentira y la manipulación; es tiempo de renunciar a seguir creyendo que esto pasa en Roma. ¡No! Pasa en nuestra Iglesia; es tiempo de renunciar a querer ser algo más que cristianos convencidos.

Esta situación demuestra que la Iglesia está en manos del Espíritu –¡ay, si estuviera en manos de los hombres!–. Si no se ha hundido más de lo que está es porque el Espíritu nos sigue dando oportunidades para cambiar. Aunque casi nadie haga caso.

Ottaviani terminó la entrevista con estas palabras: “Pero si, no obstante, ellas cambian, Dios ciertamente le dará a él la fuerza para situarse en la defensa del nuevo tesoro en el que cree. Una vez que las nuevas leyes se convierten en el tesoro de la Iglesia, un enriquecimiento de la reserva de oro, entonces solo un principio cuenta: servir a la Iglesia. Y este servicio significa ser fiel a sus leyes”. Gesto que honra a Ottaviani.

El que no esté dispuesto a seguir el ejemplo del cardenal Ottaviani, por muy cardenal que sea, que renuncie. Será el mejor servicio que le podrá hacer a la Iglesia y al evangelio.