( A pesar de tanto fuego…).
Remover la tierra quemada. Dar tiempo a que se apaguen los rescoldos para que ya no asfixien, regenerar las raíces para que la vida vuelva a surgir, incipiente, en lo que estuvo devastado, recuperando la fuerza que subyace en lo que en apariencia es frágil.
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Volver a imaginar la vida donde ya no es evidente. Creerse que donde hubo sigue pudiendo haber, a pesar de cicatrices, de podas, de lo desfigurado que parezca ahora lo que otrora fue bello… o no.
Regar cada día. A veces una gota, a veces dos, a veces un chorro, a veces nada. Admirando el efecto multiplicador de los cuidados, sorprendiéndonos de lo agradecida que es la vida, en sus distintas formas, cuando se le cuida.
Cuidar el tiempo de los intentos, cuidar la hora que nunca brilla (¡gracias Silvio!) para pretender tocar lo cierto, para poder alumbrar la maravilla, para conseguir encender lo muerto.
Y nada más.
Y nada menos…