Mucho aparece el Espíritu en las lecturas de estos días. Se nos cuenta que en los tiempos de Elí, en los que la palabra de Dios se escuchaba raras veces aunque todavía no estaba apagada su lámpara, en los que las visiones eran escasas… Dios llama a Samuel y crece en él y con él. Mientras los hijos de Elí se portan cada vez peor…
Espíritu es el que habita a Simeón y le hace la revelación de que no morirá sin ver al salvador, Espíritu es el que habita a Ana, fiel en el templo. Mujer de profecía, esperante esperanzada que cuando vea al niño no podrá dejar de alabar a Dios de puro contento.
El Espíritu nos habita. ¿Nos lo creemos? ¿Creeremos que el Espíritu habita en nosotros y que estamos llamados a bailar, actuar, enseñar, amar, denunciar, resistir, crear inspirados por su fuerza? ¿Nos dejaremos mecer, cimbrear por su brisa, bambolear por su viento huracanado? ¿Nos fiaremos hasta el vértigo de reconocer que “Él es Yahvé, que haga lo que mejor le parezca”? (1 sam 5,18).
Urge movilizarse. Los tiempos son recios. Urge ponerse en clave de ser habitado, urge hacer espacio y aguzar el oído, urge tomar el cayado y dejarse guiar por quien mejor nos conoce. Urge rasgar velos, destruir y reconstruir. El ejemplo de quienes fueron receptivos y se atrevieron, y se atreven, nos marca el camino.