La cuestión de la mujer plantea una pregunta a la Iglesia, cuya respuesta puede llevar a una renovación y a una conversión que nos conduce más allá de las fronteras exploradas. Hay tres tipos de renovación conectados.
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1. ECLESIAL. Como ha dicho el Papa, el Concilio Vaticano II encierra tesoros aún por descubrir y hacer fructificar en plenitud. La eclesiología que subyace reconoce que no hay cristianos de primera o segunda clase, sino un solo bautismo que nos incorpora a Cristo y a la misión eclesial de evangelizar. Todos los ministerios están al servicio del Pueblo de Dios.
La cuestión de la mujer requiere una reflexión sobre los laicos en la Iglesia, un estudio profundo sobre la teología del bautismo y una aplicación valiente de las perspectivas ya abiertas y contenidas en la teología conciliar. A la eclesiología le siguen los aspectos canónicos.
En una Iglesia con tanto clericalismo, la cuestión de la mujer es una oportunidad para renovar nuestra comprensión y forma de vida como Misterio de comunión, Cuerpo de Cristo en el que cada miembro es necesario y diferente, único e insustituible, al servicio de todos.
2. ANTROPOLÓGICO. Aquí también parece que el aliento del Espíritu durante el Concilio espera ser ulteriormente asimilado, encarnado de una manera más real, para que su acción vivificante sea cada vez más efectiva. ‘Gaudium et spes’ nos recuerda que solo a la luz del Misterio de Cristo se puede entender al ser humano.
El camino tomado por la reflexión antropológica ha sido largo. Para algunos pensadores cristianos, la mujer era la imagen de Dios solo si estaba unida al hombre, y por tanto no estaba sola. San Juan Pablo II profundiza la perspectiva: es el hombre mismo, hembra y varón en igual grado, a ser “imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad sino en el de la comunión”.
Cada ser humano es una imagen de Dios en cuanto ser racional y libre. Pero la persona por sí sola no completa la plenitud de la imagen trinitaria. Es así cuando se convierte en comunión interpersonal, como lo es la Unión Trinitaria. ¿Qué consecuencias se derivan de esta antropología de comunión?
Si creemos que el hombre necesita a la mujer para ser verdaderamente hombre, y la mujer igualmente necesita al hombre, hemos de materializarlo en nuestra vida cotidiana, en la pedagogía, en acción pastoral y en el gobierno de nuestras comunidades.
No puedo evitar pensar en una expresión famosa que causó tanto revuelo: “Los que estamos aquí tenemos los mismos sentimientos; somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es madre”. Palabras de Juan Pablo I en el ángelus del 10 de septiembre de 1978, llenas de ternura para el mundo, desgarrado por las “masacres inútiles”.
Estas palabras despertaron sospechas en algún teólogo, hasta el punto de clamar herejía… e incluso en alguna parte del pueblo de Dios, tan acostumbrado a reconocerlo exclusivamente en un Padre, en un hombre, en un sacerdote pero no en una mujer, o madre.
3. ESPIRITUAL. Caminar en dirección de una valoración de la figura femenina requiere una renovación espiritual y una verdadera conversión. Estamos llamados a ser evangelizadores que se abren sin miedo a la acción del Espíritu. […] Necesitamos valentía y humildad para reconocer nuestras faltas y nuestros errores, y poner en discusión esquemas y costumbres, saliendo de la zona confortable y cómoda.
Necesitamos humildad y fe para reconocer y respetar el Depósito de la Fe, que no nos pertenece y que debemos custodiar. Necesitamos caridad para acoger, perdonar, pedir perdón, para ponernos en movimiento. Necesitamos fortaleza y fidelidad creativa al Evangelio.
Necesitamos esperanza, para recordar que “su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, vuelven a aparecer los brotes de la resurrección” (EG 276).