Es medianoche en La Paz y un grupo de hombres armados a bordo de un jeep sospechoso secuestra a un periodista que regresa del cine, tan solo a unos escasos metros de su casa. Tras varias sesiones de tortura, su cuerpo es acribillado a balazos; diecisiete en concreto. Su cadáver aparece sin ropa horas más tarde cerca de un vertedero. Una historia de violencia como otras tantas que ocurren a diario en muchos rincones de América Latina. Sin embargo, en este triste desenlace el móvil no es un ajuste de cuentas o la lucha por la supervivencia en los bajos fondos de la capital andina. Es el dramático epílogo de la vida de Lluís Espinal Camps, jesuita español fallecido en Bolivia y cuyo 40º aniversario se celebra este año.
Al día siguiente, 80.000 almas acudirían a su funeral para despedirse de un misionero asesinado por paramilitares que solo se entendía a sí mismo entregando la vida hasta las últimas consecuencias. Uno de esos apasionantes personajes que solo el trepidante siglo XX podía dar y que aúna un espíritu aventurero con una buena dosis de generosidad.
Dos días antes de Romero
Curiosamente, dos días después de esta tragedia, el conocido como obispo de los pobres, Óscar Arnulfo Romero, sería asesinado por quienes tenían la obligación de defender al pueblo: hoy es san Romero de América.
Lluís Espinal nació en 1932 en Sant Fruitós de Bages, municipio catalán próximo a Manresa, en el seno de una familia religiosa y muy sencilla. Con tan solo diecisiete años, se hizo jesuita, la orden cuyos miembros, con sus luces y con sus sombras, pueden estar dejándose la piel tanto en las salas de máquinas del Vaticano como investigando en prestigiosas universidades, impartiendo clases en un colegio o acompañando refugiados en las fronteras donde nadie puede llegar.
Alma de artista
Un modo de actuar y de comprender la realidad que permitió a Lucho –como así era conocido– vivir una historia polifacética y apasionante hasta el final. Entre sus muchas dotes artísticas destaca el don de la palabra y, sobre todo, su capacidad para entender los medios de comunicación como un altavoz de la verdad y un cortafuegos para proteger a los más pobres, una sensibilidad que no todo el mundo tiene.
Tras su paso por RTVE, desarrolló su carrera en una Bolivia agitada donde enseguida hizo de su periodismo un escudo para defender los derechos humanos, la igualdad, la libertad y la vida de los últimos. El propio papa Francisco recordaría en 2015 que murió porque “su voz se hizo incómoda para muchos”.
Época convulsa
La vida de Lluís Espinal también estuvo vinculada a la poesía, porque, para llegar tanto a la gente, hay que tener raíces muy profundas. En su honda vivencia de la fe estaba el anhelo de la lucha por la justicia y la defensa de los más desfavorecidos. A pesar de morir relativamente joven, su itinerario vital y su pensamiento están marcados con las cicatrices de una época convulsa en Europa y en el mundo entero: sus desavenencias con el franquismo, las consecuencias de la Guerra Fría, mayo del 68, la Teología de la Liberación y la novedad de un Concilio Vaticano II que costó comprender y que aún hoy sigue abriéndose paso.
Su defensa firme de la democracia le llevó a ganarse la enemistad de algunos líderes militares. No obstante, su gran formación en periodismo y en humanidades no le impidió estar cerca de la gente más pobre y apoyar las causas más justas, participando en huelgas de hambre o poniendo en tela de juicio un sistema que aboca a mucha gente a la miseria más absoluta. Fue voz para los que no tenían voz.
El cine era su pasión
En pocos años llegó a ser un referente para el cine de Bolivia, un conocimiento de la gran pantalla que aprendió en su etapa italiana y desarrolló en parte en España. Su talento quedó plasmado en numerosos documentales, programas de radio, cursos en la universidad, guiones y películas varias. Pero, quizás, lo que más nos puede iluminar décadas después de su asesinato es su modo de entender la vida.
Porque, para este boliviano de adopción, lo importante no era tener una historia de película o dominar los medios de comunicación a base de éxito y polémica fácil. Su planteamiento existencial tenía que ver con gastar la vida, como el título de su poema más conocido. Sin publicidad, sin miedo al fracaso, al servicio de los otros y sin falsas prudencias, pues gastar la vida no es lo mismo que consumir la vida.
Vivir para los demás
Vivir para los demás rehuyendo el egoísmo que nos atenaza, algo que cada vez cuesta más encontrar. Una mirada esperanzada al futuro, confiando en que siempre habrá alguien al que servir y una causa justa por la que luchar. Gastar la vida intentando ser luz en medio de la noche para alumbrar las realidades más oscuras que atrapan a miles personas.
Cuatro décadas después, algunas regiones de América Latina –muestra de ello, el Altiplano andino– continúan siendo un avispero donde gobiernos y multinacionales juegan sus partidas más sucias cegados por sus enormes recursos, por la lucha de ideologías que se olvidan de las personas y por un mercado que no deja de crecer. Siguen haciendo falta periodistas que no se dejen llevar por los intereses de las oligarquías y que pongan su foco en la realidad con libertad, profesionalidad y valentía. Por difícil que esto pueda llegar a ser.
Misioneros como los de antes
Pero, sobre todo urgen –a ambos lados del charco– referentes políticos, sociales y culturales que entiendan su vida como un compromiso con los más necesitados. Desgraciadamente, ya quedan pocos misioneros como los de antes, de los que iban con pasaje solo de ida y deseaban morir en patria ajena. Lluís Espinal se suma a la lista de Ignacio Ellacuría, Vicente Cañas, Rutilio Grande y otros tantos que no se dejaron amedrentar y pusieron todo su empeño, o mejor dicho su sangre, al servicio de la verdad y de los más pobres. Héroes que discretamente gastan la vida al servicio de una tierra que clama justicia y que exige paz y dignidad para sus gentes.