Hoy somos, nos movemos y existimos entre algoritmos. Detrás de todo, según dicen, se encuentran los algoritmos: detrás de la publicidad, de las compras que hacemos, de nuestras búsquedas por Internet… El algoritmo, como definición, es un conjunto de instrucciones o reglas definidas y no ambiguas, ordenadas y finitas, que permite, típicamente, solucionar un problema, realizar un cómputo, procesar datos y llevar a cabo otras tareas o actividades.
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¿Habrá algoritmos en la Biblia? Si nos fijamos en el libro de los Jueces, por ejemplo, descubriremos un cierto esquema que se repite casi automáticamente, como si de un algoritmo se tratara: 1) los israelitas hacen lo que no agrada a Dios, 2) entonces surge una amenaza exterior (filisteos), que los somete; 3) Israel clama al Señor, 4) que envía un “juez” –personaje carismático que encabeza la resistencia militar o armada–, 5) y de nuevo se consigue la paz, 6) hasta la siguiente rebelión de Israel.
Evidentemente, los algoritmos pueden ser más o menos complejos. Uno relativamente sencillo es el que tiene a la alianza entre Dios y su pueblo como la clave que explica la suerte de Israel. En efecto, debajo de la llamada Historia deuteronomista –que abarca desde el Deuteronomio hasta el segundo libro de los Reyes– podemos encontrar el esquema –el algoritmo– que da razón de por qué Israel perdió su tierra y fue al exilio durante el siglo VI a. C.
La alianza rezaba: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Jr 30,22; Lv 26,12). Para que Dios fuera Dios del pueblo, Israel tenía que ser pueblo de Dios, es decir, tenía que observar las cláusulas del pacto sellado en el Sinaí, unas cláusulas recogidas básicamente en el Decálogo. Israel –desde el rey hasta el último miembro del pueblo– no cumplió con esas cláusulas, por eso perdió el favor divino y fue expulsado de la tierra que el Señor le había dado.
Lo más interesante es comprobar que en el propio algoritmo se contempla un último movimiento, precisamente aquel que tiene como objetivo superarlo y salir del esquema, para que el final sea otro: volver al Señor (conversión), a ser su pueblo.