Con Jezabel nos situamos en el siglo IX a. C., con la monarquía ya dividida en dos reinos. El nombre de esta mujer –que va a convertirse en la Biblia en prototipo de la mujer perversa– resulta muy discutido. De hecho, se ha propuesto “Baal exalta”, pero también “sin cohabitación”, es decir, “casta, modesta”, o incluso “no exaltada”.
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En 1 Re 16,31 es presentada como una princesa sidonia, hija de Itbaal, a la que el rey Ajab de Israel, hijo de Omrí, toma por esposa. Incluso su misma mención subraya la imagen negativa de su marido: “Ajab, hijo de Omrí, hizo el mal a los ojos del Señor, más aún que todos los que le precedieron. No le bastó seguir los pecados de Jeroboán, hijo de Nebat, sino que, además, tomó por mujer a Jezabel…” (1 Re 16,30-31).
La siguiente vez que aparece Jezabel en la Escritura es en 1 Re 18, donde se habla de ella exterminando a los profetas del Señor (v. 2). La escena posterior a esta es la de la “competición” entre Elías y los cuatrocientos profetas de Baal –“que comen a la mesa de la reina”– en el monte Carmelo a propósito de quién es el verdadero Dios, que acabará con la matanza de estos.
Como resultado de esta matanza, al comienzo de 1 Re 19 se encuentra una amenaza de Jezabel a Elías: “Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no he hecho con tu vida como has hecho tú con la vida de uno de estos [profetas de Baal]” (v. 2).
La siguiente escena que tiene a Jezabel como protagonista es la conocida del complot y muerte de Nabot para que el rey pueda quedarse con una viña de su propiedad (1 Re 21). En toda la escena, Jezabel aparece como la verdadera muñidora de la acción y la fuerte –llegando a disponer del sello real para firmar cartas–, frente a la pusilanimidad de su marido Ajab, que “se postró en su lecho de cara a la pared y se negó a comer” (1 Re 21,4) cuando vio frustrados sus planes.
El final de Jezabel está anunciado por el profeta Elías: “También contra Jezabel ha hablado el Señor, diciendo: ‘Los perros devorarán a Jezabel en el campo de Yezrael’” (1 Re 21,23). En efecto, en 2 Re 9 se narra la muerte de la reina por orden de Jehú, el jefe del ejército ungido por el profeta Eliseo que acabará con toda la casa de Ajab. La escena de la muerte de Jezabel, empujada desde el balcón de su palacio de Yezrael por sus propios eunucos, puede ser interpretada de varias maneras.
Se podría entender, en primer lugar, como un rasgo de dignidad: en vez de intentar huir, “Jezabel se pintó los ojos con antimonio, se adornó la cabeza y se asomó al balcón” (2 Re 9,30). Pero también puede interpretarse como un último rasgo de perversidad: bien como un patético intento de seducir al general Jehú, bien como un signo de altanería, ya que así se suelen presentar en la Biblia los adornos de la mujer (cf. Is 3,16-24).
Naturalmente, Jehú recordará las palabras de Elías en medio de una narración absolutamente truculenta: la sangre de Jezabel salpicó a los caballos que la pisoteaban y las murallas de la ciudad; incluso, cuando fueron a enterrarla, “no encontraron de ella más que el cráneo, los pies y las palmas de las manos” (2 Re 9,35).
La historia de Jezabel tendrá una cierta prolongación en la de su hija Atalía, adoradora también de Baal a pesar de su nombre: “Yahvé es fuerte”, que se hace con el poder en el reino de Judá hasta que siete años más tarde un golpe de Estado sacerdotal restablezca el culto a Yahvé (cf. 2 Re 11) y acabe con su vida.
*Artículo original aparecido en la revista Religión y Escuela