Escribo este texto en víspera del 8 de marzo, una fecha importante para todas las mujeres pero sobre todo, para las mujeres trabajadoras, ya que en el trabajo se debe respetar a la persona en todas sus dimensiones. El trabajo es “la ‘clave esencial’ de toda la organización social, condiciona el desarrollo no solo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de la familia, de la sociedad y de todo el género humano”. Esto es lo que nos dijo Juan Pablo II en ‘Laborem exercens’ 3.
Sin embargo, hoy el trabajo no respeta a la persona y su dignidad, relegándola al beneficio económico, y generando pobreza, precariedad y desigualdad. Un sistema económico en el que prima el crecimiento del capital y el beneficio sobre cualquier otro criterio, sin que tenga en cuenta la dignidad de las personas, el bienestar de mujeres y hombres, de las familias, los pueblos o la madre tierra.
Y en esta coyuntura cultural la mujer, a pesar de los avances obtenidos en las últimas décadas, es uno de los colectivos más discriminados en la historia de la Humanidad. Salarios más bajos en todas las categorías profesionales; largas jornadas, siendo la mayor parte de ellas en la economía sumergida; explotación de las mujeres inmigrantes, desplazándolas a la invisibilidad…, un criterio que pretende normalizar y naturalizar unas actitudes que acrecientan la desigualdades sociales y laborales entre los hombres y las mujeres… La pobreza sigue teniendo rostro de mujer.
El sistema económico en que vivimos, un capitalismo infiltrado en todos los ámbitos de nuestras vidas, tiene la forma de un iceberg: hay una parte visible a la sociedad, la más pequeña, que es la parte que sí mueve dinero, el ámbito del empleo, del mercado laboral… Y una gran parte permanece oculta a la sociedad para que el sistema “funcione”, como es el trabajo de los cuidados de la vida (la familia, la educación, la socialización…). Por ello, es necesario y urgente un cambio en la organización económica, social, institucional; es imprescindible un marco político integral donde se valorice y visibilice el trabajo reproductivo, el cuidado de la vida y la madre tierra, políticas cuyas leyes vayan encaminadas a la igualdad real de las mujeres…, leyes encaminadas hacia el cuidado y la economía del bien común.
Protagonistas del cambio
“Es en Jesús donde descubrimos al verdadero Dios y a la verdadera persona. Tomó los valores de su tiempo y los volvió del revés (…) El cambio de mentalidad y de atmósfera cultural que proclamaba lo vivió en su pequeño mundo, pero con vocación de que llegara a todas las personas. Y lo hizo desde una profunda confianza y comunión con Dios” (Cuaderno HOAC nº 17).
Como parte de la humanidad sufriente, todas y todos somos responsables del cuidado fraterno de la sociedad, las mujeres tenemos que ser protagonistas activas de este cambio. Ser conscientes de nuestra presencia y fuerza subscrita a la sagrada dignidad de la persona. Dejar el individualismo y las diferencias, unir fuerzas y sororidades, pues solo con el apoyo comunitario podremos ir abriendo caminos hacia la construcción de un mundo mejor para nuestras hijas e hijos, para nuestras nietas y nietos.
Esta es una semana llena de eventos y actividades internacionales que dan visibilidad a las reivindicaciones de todas las organizaciones que reclaman igualdad: las feministas, las sociales, las sindicales, las eclesiales…, haciéndose eco de un clamor ensordecedor e imparable: nuestro compromiso, aquí y en todo el mundo, para exigir un cambio real en las instituciones, en las estructuras y en las políticas, que nos permitan alcanzar mayores cotas de justicia y de igualdad, como Dios quiere.