Corre por las redes sociales una especie de plantilla con las instrucciones necesarias para no dejar de comulgar en la boca durante esta crisis del Covid-19 (coronavirus). Además de resultar de lo más irresponsable dadas las circunstancias –se está diciendo hasta la saciedad que el peligro está en que el virus encuentre una superficie húmeda para reproducirse, de ahí no tocarse la boca, los ojos o la nariz–, lo que manifiesta esta visión corta y extremadamente peligrosa, es el miedo que tienen algunos fieles a tocar con la mano a Dios, y algunos curas a dejar que Dios sea tocado por la mano de los fieles.
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Me inclino a pensar que estas personas, tan puritanas a la hora de tocar la forma consagrada con la mano, tampoco serán muy dadas a manifestar formas de cariño –abrazos, alguna palmada en el hombro, un beso llegado el caso– con ninguna persona porque, si no pueden tocar a Dios, tampoco tocarán a quién está hecho, creado, a su imagen y semejanza.
¿Alguien de los pertenecientes a este grupo de riesgo –porque hoy comulgar en la boca es un riesgo– se ha parado a pensar que Jesús no les dio el pan y el vino a quienes quiera que fueran (me refiero a que no estaban solo los 12) que compartieron la Última Cena? Por cierto, cena en la que estaban recostados según la costumbre de la época y no de rodillas. ¿Qué hubiera pasado si Jesús, por ser Dios, no hubiera cogido las manos de la mujer encorvada para enderezarla? ¿Qué hubiera sido del pobre ciego a quién Jesús tocó para poner el barro en sus ojos que había hecho su propia saliva?
A Dios no le ofende que lo toquemos con la mano
Tal vez, si fuéramos capaces de repensar con más fe y con menos simple religiosidad anticuada los acontecimientos actuales, podríamos avanzar en algo que, por otra parte, debería ser ya de lo más normal. A Dios no le ofende que lo toquemos con la mano; a Dios le ofende que por normas y ritos del pasado pongamos en peligro a criaturas suyas.
Dios no es tan remilgado como muchos de nosotros, afortunadamente. Estaría bien que, al menos en eso, copiáramos la forma de comportamiento de su Hijo que no tenía inconveniente en mancharse las manos si con eso ayudaba a alguien. Aunque fuera sábado, o aunque tuviera que romper con alguna otra ley religiosa que solo servía para oprimir a la gente.
No tengo claro que esa plantilla esté reflejando tanto el “derecho” del fiel, como el “deseo” de algunos de mantener formas anacrónicas y, en este momento, muy peligrosas. Por respeto a quienes comulgan desde hace mucho en la mano –que también pueden ser infectados si no se suprime la comunión en la boca– y por sentido común, por favor, que durante esta crisis sanitaria, al menos, no nos importe tocar a Dios con la mano.