DOMINGO. Entro en la capilla de san Faustino. A medio gas. Habitualmente, lleno hasta la bandera en un 8 de marzo. Fiesta del fundador. Ante las recomendaciones preventivas, se desconvoca la misma de las familias como actividad extraescolar. Es también la primera celebración comunitaria para “estrenar” las indicaciones eclesiales ante el coronavirus. Antonio añade en la homilía la recomendación evangélica: “Hoy el miedo parece que es el que triunfa y puede con todo, incluso controlar nuestro ser y nuestro hacer. Prevención y precaución, sí; pero miedo, no. No podemos dejarnos someter por el miedo, porque sería ir en contra de la santidad a la que estamos llamados”.
MARTES. Adiós a Joaquín Luis Ortega. Sacerdote y periodista. Periodista y sacerdote. Alteren como quieran. Pero no desliguen lo uno de lo otro. Ni achiquen las categorías. Portavoz que no se escondió. Portavoz que no se amedrentó.
MIÉRCOLES. Alguna que otra vez a uno le tachan de ser críptico en sus notas. Hoy no hay pistas: no a la comunión en la boca durante la epidemia. Desde el viernes hasta hoy he consultado con varios médicos creyentes y no creyentes. Profesionales de la salud que están luchando contra el COVID-19. Ni aficionados ni agoreros. Diagnóstico: si la forma se da en la boca, por mucho que no haya contacto físico, sí se traslada un mínimo aliento. En caso de hacerse así, el ministro de la comunión debe lavarse inmediatamente antes de coger la siguiente forma. De lo contrario, es un posible transmisor del virus para los siguientes que comulguen. De ahí, también la recomendación de comunión por intinción para los concelebrantes. Es de cajón. Sentido común. Al comulgar en la mano, el riesgo se reduce considerablemente. No juguemos a ser más católicos por norma. Ahora no. Yo me bajo. ¿Dónde pongo mi tesoro? Ahí está mi corazón… Y la salud del hermano.