Parece inevitable que, periódicamente, por razones distintas, vuelva a plantearse el dilema sobre la forma de recibir la comunión sacramental: –¿en la mano o en la boca?– con argumentos frecuentemente cogidos “por los pelos” con la única finalidad de convertirlos en arma arrojadiza ante quien piensa diferente.
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Durante estos días de amenaza del coronavirus, se ha despertado de nuevo es debate sobre si comulgar en la boca o con la mano. Hemos podido ver a conferencias episcopales, como la colombiana, sacando instrucciones al respecto o arzobispos y obispos que, en sus respectivas Iglesias locales, personalmente o a través de distintos organismos diocesanos, han dado orientaciones sobre la cuestión.
Es prácticamente unánime la postura de recomendar, con mayor o menor fuerza, la comunión en la mano, considerándola la menos peligrosa de cara a un posible contagio. Con ligeras variantes, se repiten las mismas indicaciones en todos los casos: quitar el agua bendita de las pilas de la entrada de los templos, evitar contacto físico en el gesto de paz y la referida recomendación sobre el modo de comulgar, entre otras.
Un derecho de cada fiel
Los documentos de la Iglesia sobre la cuestión [1] dejan meridianamente claro que, donde está autorizado, es un derecho de cada fiel elegir la forma de recibir la comunión: de pie o de rodillas, en la mano o en la boca, y no es lícito a ningún ministro obligar a hacerlo de un modo determinado; la única responsabilidad del ministro es la de velar para que no se haga de modo indigno o haya riesgo de profanación.
Lo verdaderamente importante, en mi opinión, no es la forma es el modo. No es una forma más digna que otra, y de todas las formas se puede hacer indignamente; ¿es que no ha habido profanaciones y actitudes inadecuadas cuando s0lo se podía comulgar en la boca? Es evidente que sí. Los dos modos de recibir el Cuerpo del Señor tienen sentido, y los dos pueden expresar igualmente nuestra comprensión y nuestro respeto al misterio eucarístico.
Respetando la libertad de cada uno en cuanto a la forma, hay que instruir a los fieles para que se haga de modo adecuado, tanto material como espiritualmente, evitando la superficialidad y el descuido tanto en los gestos como en las disposiciones interiores. Y esa sí es una responsabilidad de los pastores.
La situación actual
El gesto es libre. Una vez que el Episcopado ha decidido, es el fiel el que opta por un modo u otro de comulgar, no el ministro el que lo impone ni en un sentido ni en otro según su gusto o preferencia. La forma no se elige porque hace bonito o es moda, sino que se debe convertir en ocasión de manifestar más expresivamente la fe y la reverencia hacia la Eucaristía. Y eso depende en gran medida de la catequesis.
Puesta la premisa fundamental, no está de más reflexionar sobre la actual situación de emergencia sanitaria, que no sabemos cuánto va a durar y si las condiciones no se agravarán aún… Basta ver la situación de las diócesis italianas en estos días, sin misas hasta comienzos de abril… La Conferencia Episcopal Italiana ha subrayado el sufrimiento que provoca esta circunstancia inédita, pero en función del bien común y por razones de salud pública, han tomado una decisión difícil pero necesaria según parece.
No se debe hablar con ligereza; las recomendaciones de los Obispos, apoyados en las directrices de las autoridades sanitarias, tienen su razón de ser dada la gravedad de la situación, y apelan a la responsabilidad de todos. Y es que según los expertos, el principal modo de contagio es a través de las minúsculas gotas que expulsamos, ya sea al toser o estornudar o simplemente al hablar…; de ahí que recomienden esa distancia mínima entre las personas que dificulte la contaminación.
El riesgo se multiplica si es en la boca
En el caso de la comunión sacramental, la distancia física pedida desaparece y el riesgo de contagio (en el caso de ser portadores del virus) aumenta… Si la comunión es en la boca, el riesgo se multiplica, al poder convertirse la mano del ministro en involuntario agente de transmisión directa. Cuando la comunión es en la mano, el riesgo disminuye si uno sigue las indicaciones generales dadas sobre el lavado frecuente de manos, por ejemplo. Algo que, evidentemente, el ministro no puede hacer ¡después de cada comulgante!
Pienso que son datos objetivos. Resulta un poco cómico -si no fuera por la gravedad de la situación sanitaria- leer algunas consideraciones sobre el tema en las redes sociales…; pero puede resultar hasta penoso: ¿o no lo es que alguien diga que “no pudo comulgar” el pasado domingo porque en su parroquia le dijeron que tenía que hacerlo en la mano? Una vez más se pone de manifiesto que las ideas y las convicciones no están del todo bien orientadas: ¿puede alejar de la comunión la forma concreta de hacerlo en una circunstancia como la actual? No me parece…
Modos diferentes
La Iglesia ha administrado la comunión de modos diferentes: la ha distribuido en el templo, la ha llevado a los ausentes, los enfermos la han recibido bajo las dos especies, los niños pequeños la han recibido del cáliz; los fieles la han llevado a casa aunque Jesús no hiciera ni dijera nada parecido, y lo han hecho únicamente bajo la especie del pan. Todo va bien, con tal que se reciba a Cristo Jesús de las manos de la Iglesia; porque este es el verdadero efecto que deben producir en cada creyente estos diversos modos de comulgar. Deben enseñarnos que la mejor y más necesaria disposición que hemos de ofrecer a la Eucaristía es acercarnos a ella con un sincero y perfecto amor a la Iglesia: ella es el Cuerpo de Cristo, hay que estar incorporados a la Iglesia para poder serlo al Salvador.
El Cuerpo de Cristo recibido en las manos en forma de trono o de cruz: ¿qué hay de más bello y respetuoso? Si el cuerpo entero es expresión del alma, “rostro y mano son, empero, de especial modo instrumentos y espejos del alma” (R. Guardini, Los signos sagrados, 1965, p. 17).
[1] Instrucciones Eucharisticum Mysterium (1967), Memoriale Domini (1969) e Inmensae caritatis (1973), Ritual de la Sagrada Comunión y el Culto a la Eucaristía fuera de la Misa (1973), Ordenación General del Misal Romano (2002-2008), Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004), y Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (2007).